Al cabo de unos días, después de haber domado a los unicornios y haber contratado a los duendecillos para que fuesen los nuevos recolectores de huevos de oro de unicornio, el castillo, se llenó de música y de alegres risas con motivo de la boda de la princesa y el príncipe.
Al darse cuenta de que el castillo había sido invadido por unicornios salvajes, corrieron como locos de alegría junto a la princesa, más hermosa y feliz que nunca.