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U
n diluvio arrasaba el pueblo, sin piedad los truenos y
las lluvias furiosos se ensañaban con las cosechas y las
casas, y con lo poco que podían rescatar la gente buscaba
refugio en las cuevas de la cumbre de los cerros. Nedir planeaba
dejarse morir, prefería ser llevado por las aguas que volver a las
cuevas. Se quedó tendido en el tejado de su casa hasta que sus
amigos irrumpieron.
—Niticha, Niticha, vamos al cerro, es como volver a
empezar —le decían desesperados. Pero fueron vanas las suplicas,
Nedir plantó su firmeza en el tejado de su casa. Con pesar sus
amigos intentaron dejarle pero era tarde, el caudal de las aguas
no les dejó otra salida que tener el mismo destino que Nadir.
De entre los truenos del cielo furioso apareció un niño
abordo una serpiente con cara de auquénido.
—Nadie tiene que ir a las cuevas —dijo.
Todos se miraban atónitos, menos Nedir.
—Váyanse todos y déjenme aquí —replicó.
—Si tú no vas con nosotros nadie podrá ir —dijo el niño.
Entonces Nedir se levantó, se subió en la serpiente y detrás
de él sus amigos.
—Cualquier lugar, menos a las cuevas —exigió.
De pronto el cielo se calmó. El hanan pacha estaba en
sus manos, pero en contra de su propia voluntad; las nubes y
los vientos estaban cada vez más cálidos y amables. El niño los
llevó hasta una ciudad que tenía un abismo profundo. Ahí habían
muchos pintores, cantantes y actores; pero a pesar que pasaron
delante de ellos nadie podía verlos, pero apenas se alejaban los
colores en sus lienzos opacaron, sus melodías disonaban y sus
pasos tropezaban. Nedir saltó al abismo, pero el niño lo alcanzó:
—Tú haz nacido para pintar en los cielos, cantar con el
viento y bailar junto al sol, tu extinción no está en tus manos.