agua bendita
14
Dentro de un mar de murmullos, a oscuras, estuviste arrullado con mi palpitar día y noche; yo sabía que en ese momento yo no importaba por mí, importaba por ti. Dejé de vivir para darte vida a ti, aprendí canciones de cuna y te las canté con la certeza que las escuchabas. Quería verte, tocarte, estaba impaciente; pero no quería dejar de sentir ese mundo en mi vientre que con los días iba creciendo.
Por las tardes, acalorada y aburrida, me acostaba de lado y sentía como te movías dentro de mi. Mi cuerpo me pesaba, me costaba respirar y me sentía como un pez fuera del agua. Estaba incómoda, pero desde ese momento fui feliz, realmente feliz.
Leí cuanto pude para parir, dar de mamar y educar; pero en la práctica de nada me sirvió. Rozaba mis dedos sobre esa piel estirada y con estrías y de repente, un pie o un codo o una rodilla; y mi corazón daba un brinco de miedo y emoción.
Llegó el día, lo primero que escuché fue el choque de aquello que te mantuvo con vida, contra el suelo blanco y frío de un hospital; seguido a eso, tu llanto y mis lágrimas cálidas me nublaron la vista y solo pude ver tu pelo mojado.