¡Una de las mayores paradojas de nuestra sociedad occidental consiste en hacer crecer a los niños demasiado rápido, animándolos al mismo tiempo a permanecer adolescentes el mayor tiempo posible!.
Se incita a los niños a tener comportamientos de adolescentes cuando aún no tienen las competencias psicológicas para asumirlos. De ese modo, desarrollan una precocidad que no es fuente de madurez, saltándose las tareas psicológicas propias de la infancia, lo que les puede perjudicar en su futura autonomía, como lo demuestra la multiplicación de los estados depresivos de muchos jóvenes
Una infancia acortada por una adolescencia más larga
Los mismos post-adolescentes se lamentan de una falta de puntales interiores y sociales, en particular aquéllos que, después de largos estudios, se embarcan en empresas con su diploma recién sacado y deben de repente asumir responsabilidades. En algunos jóvenes, entre los 26 y 35 años, se detecta una serie de depresiones existenciales, porque no tienen imágenes-guía de la vida adulta que les ayuden a poner su existencia en armonía con la realidad.
El tiempo de la juventud siempre se ha caracterizado por una cierta inmadurez: ciertamente esto no es ninguna novedad. En cierta época esta inmadurez era compensada por la sociedad que se ponía más de lado de los adultos, incitándolos por lo tanto a crecer y a alcanzar la realidad de la vida. Hoy, por el contrario, la sociedad no sólo ofrece menos apoyo dejando que cada uno se las arregle por sí mismo, sino que les hace incluso creer que se puede permanecer en los primeros estadios de la vida sin tener que elaborarlos ni tener que vivir demasiado pronto un cierto número de experiencias. Hay que decir a un adolescente, que asume conductas precoces, que no tiene la edad para hacerlo, situándolo así en una óptica histórica de evolución y maduración. Es de este modo que se adquiere la madurez temporal.
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