Juicio al chapo Guzmán Suplemento Chapo Guzmán | Page 21
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Ahora, las tornas han cambiado. El último estudio psicológico, fechado
el 11 de octubre, no habla de violencia. Eso se evita. El documento tiene como
fin fundamentar su defensa frente a la extradición. Todos los recursos
presentados hasta la fecha han fracasado. La expulsión a Estados Unidos, su
gran pesadilla, ya es inminente. Su última esperanza radica en alegar malos
tratos carcelarios.Una vía que puede retardar su salida y mantenerle en una
tierra que sabe corromper y donde cada día ganado supone una oportunidad.
Por eso habla y recuerda ante el psicólogo.
De niño en La Tuna. La abuela tenía ganado y ordeñaba; él desgranaba
las mazorcas para dar de comer a las gallinas y preparar nixtamal. El cuadro es
casi idílico, pero pronto se oscurece. La abuela tenía una vara para golpear a
los animales. “Me mandaba a por una vaca y si no la traía, con una baqueta
para las vacas me daba; me decía hínquese ahí y había que hincarse, si no me
iba peor”. Esa fue su época más feliz. Lo que vino después pertenece a la
historia más negra de México.
En su relato ante el psicólogo, El Chapo rechaza analizar su conducta y
crípticamente cita la fábula de la zorra y el cuervo como motivo de su silencio.
Habla de sus tres esposas (Alejandrina, Griselda y Emma), de sus 10 hijos
reconocidos y de los otros vástagos fruto de “amigas circunstanciales” a las
que, insiste El Chapo, manda dinero para su manutención. Pero no menciona,
o al menos no consta, su amistad con el terrible Héctor Salazar Palma, El
Güero Palma, ni sus inicios a las órdenes de su maestro, ex policía Miguel
Ángel Félix Gallardo, El Padrino, líder del cártel de Guadalajara. Nada de eso
recuerda.
El núcleo de su confesión son sus problemas mentales. Sufre cefaleas,
náuseas, estrés, insomnio. Los medicamentos le sirven “para controlar”, pero
en su cabeza se agolpan “muchas cosas pasadas, pero no las recientes”. “Me
siento mal del cerebro, se me están olvidando las cosas, no me acuerdo de la
toalla para ir al baño”, afirma.
Sometido a un régimen especial de aislamiento por temor a una nueva
fuga, sólo pisa tres veces a la semana el patio, tiene limitada la
correspondencia y no puede hablar con sus guardianes. Sus abogados
consideran que se trata de tortura por deprivación sensorial. El Gobierno lo
niega. Los jueces, de momento, tampoco lo aceptan.
El Chapo, diluido en los días iguales del presidio, ve correr el reloj en
su contra. Fuera, pese a las guerras desatadas en su ausencia, le esperan una