Nos hemos esforzado por hallar el acceso a la gran hidrosfera porque creemos
que la época del mar no está lejana.
Desde los tiempos antiguos, los hombres se han esforzado por penetrar en el mar.
Sir Robert H. Davis ha encontrado ejemplos, en todas las épocas del florecimiento
cultural, de intentos por construir aparatos de respiración submarina, la mayor
parte de ellos basados en los principios de la natación o de la marcha sin
impedimentos. Existen bajorrelieves asirios en los que aparecen hombres
tratando de efectuar imposibles inmersiones respirando por medio de odres de
piel de cabra. Leonardo de Vinci esbozó varias ideas muy poco prácticas acerca
de aparatos de respiración submarina. Febriles artesanos de la época de la reina
Isabel construyeron chapuceros trajes de cuero destinados a la inmersión. Sus
intentos se vieron condenados al fracaso porque no hallaron el apoyo económico y
popular necesario. Contrariamente a lo que ocurrió con Stephensen cuando
construyó la primera locomotora de vapor o cuando los hermanos Wright
surcaron por primera vez el espacio.
Es de toda evidencia que el hombre tiene que penetrar en el mar. No que
avancemos hasta los doscientos metros de profundidad, que es la de la plataforma
continental. Ello requerirá un equipo mucho mejor que el actualmente está
constituido por el “aqualung” o escafandra autónoma. Esta es un aparato
primitivo e indigno del nivel alcanzado por la ciencia de la época contemporánea.
No dudamos, sin embargo, que los conquistadores de la plataforma tendrán que
mojarse algo.
Capitulo tomado de: Cousteau, Jacques Yves (1961). El mundo silencioso