La importancia de abatir la fecundidad adolescente radica en que la adolescencia constituye una etapa de vida crucial para desarrollar el capital humano de la persona. La postergación de la edad al matrimonio, además del inicio de la paternidad o maternidad, permite a nivel individual aumentar la posibilidad de contar con una mayor preparación y maduración, lo que brindará a este grupo de población ventajas en etapas posteriores de su ciclo de vida. Los riesgos de un embarazo en la adolescencia están fuertemente asociados con la desigualdad, pobreza e inequidad de género. Asimismo, las probabilidades de que las adolescentes mueran debido a complicaciones durante la gestación o el parto son dos veces mayores a las de una mujer de entre 20 y 30 años.
En 2009 se estimó que 40.6 por ciento de las adolescentes no había planeado o deseado el embarazo, a pesar de que 97.0 por ciento de este grupo de mujeres dijo conocer al menos un método anticonceptivo; 61.5 por ciento de ellas no se protegió en su primera relación sexual, condición experimentada por la mitad de las adolescentes a los 15.4 años o antes. Por otra parte, la dificultad que tienen las mujeres adolescentes unidas para ejercer sus derechos reproductivos se hace evidente al presentar un bajo uso de métodos anticonceptivos (44.7 por ciento), con una necesidad insatisfecha de métodos anticonceptivos de 24.6 por ciento. La fecundidad adolescente muestra un comportamiento diferenciado entre las entidades federativas. Según se aprecia en la gráfica 9, las mayores tasas no necesariamente se encuentran en las entidades con las mayores TGF. Los niveles más altos se distinguen en estados de la frontera norte (Coahuila, Chihuahua y Sonora), contrarios a las entidades del centro donde se registra la menor fecundidad en este grupo de mujeres (Distrito Federal, Guanajuato, Morelos).