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blemático de alcohol y/o drogas, el ac-
ceso a la salud de las personas afectadas
resulta habitualmente muy dificultoso.
El abordaje integral de esta proble-
mática depende de una decisión polí-
tica. La protección de los derechos de
la mujer y de los niños debe ser Políti-
ca de Estado. No sólo porque se requie-
re para ello una planificación estratégi-
ca que permita identificar con claridad
todos los aspectos intervinientes en la
violencia contra la mujer, alcanzar con
las medidas a toda la población afecta-
da, con las diferencias propias de cada
región del país, sino porque fundamen-
talmente se necesitan recursos presu-
puestarios para la implementación de
las distintas respuestas.
La flamante creación del Ministerio de
la Mujer, Género y Disidencias, marca
una dirección clara en cuanto a la posi-
ción del nuevo gobierno, y sienta las ba-
ses para el desarrollo de políticas públi-
cas tendientes a terminar con esta gra-
ve situación.
Existe por un lado la necesidad de
abordar la coyuntura, e intervenir en lo
inmediato para evitar la continuidad de
los hechos de violencia contra las muje-
res que a diario se producen y que en-
grosan enormemente el número de víc-
timas. Pero además, el gran desafío es
cultural. Es trabajar fuertemente para,
desde la infancia, desarticular creen-
cias, discursos, mitos, costumbres, há-
bitos, que conforman el escenario en el
que resulta posible que un hombre re-
produzca modelos patriarcales en su re-
lación con una mujer.
Para ello, también es necesario in-
troducir cambios en el pensamiento
femenino: la habitual fascinación de
la mujer por su hijo varón, el que re-
úne las condiciones para ser investido
libidinalmente como el falo que viene
a resarcirla de su castración, condicio-
na el modo en que las madres transmi-
ten la valoración de lo femenino, distri-
buyen los roles entre sus hijos, preser-
van a los niños de algunas tareas que
a las niñas les exigen cumplir, y crean
las bases para la perpetuación de las
diferencias en la representación ima-
ginaria de hombres y mujeres en la fa-
milia y en la sociedad.
Decisión política, diseño e imple-
mentación de estrategias de diagnósti-
co e intervención eficaz y perseveran-
cia en la producción de un profundo
cambio cultural resultan pues ejes fun-
damentales para cambiar una realidad
que hoy se evidencia en toda su dimen-
sión trágica.
Empatía, ética y clínica
Empatía: la condición
para mirar a través del agujero
Escribe
Sergio Zabalza
[email protected]
S
egún el diccionario, empatía signi-
fica “Participación afectiva de una
persona en una realidad ajena a
ella, generalmente en los sentimientos
de otra persona”. En criollo: ponerse en
el lugar del otro, aspiración desde ya im-
posible pero sin la cual no habría deman-
da, amor ni lazo posible. De hecho, la
empatía es uno de los indicadores para
determinar el grado de psicopatía de una
persona. El canalla carece de toda posi-
bilidad de afligirse ante el sufrimiento
ajeno: mastica sin hesitaciones el mismo
pochoclo que al neurótico se le atragan-
ta cuando el héroe de la peli está en pe-
ligro. Ciertos derrapes teóricos que ci-
mentaron la intervención a partir de la
contratransferencia terminaron por otor-
gar mala prensa a la empatía. Sin embar-
go, Freud parece valorar el término. Por
ejemplo, en el historial del Hombre de
las Ratas dice: “no es cosa fácil entender
una neurosis obsesiva; es mucho más di-
fícil lograrlo que en un caso de histeria.
En verdad, uno esperaría lo contrario. El
medio por el cual la neurosis obsesiva ex-
presa sus pensamientos secretos, el len-
guaje de la neurosis obsesiva, es por así
decir sólo un dialecto del lenguaje histé-
rico, pero uno respecto del cual se debe-
ría conseguir más fácil la empatía, pues
se emparienta más que el dialecto histé-
rico con la expresión de nuestro pensar
consciente” 1 . De este pasaje se despren-
de que el lenguaje de la neurosis obsesi-
va - más afín a los pensamientos cons-
cientes- no contribuye sin embargo al lo-
gro de la empatía. Dos aspectos a seña-
lar entonces. Primero: Freud indica que
para el éxito de un tratamiento analítico
se requiere empatía; segundo: lejos está
dicha condición de reducirse al estrecho
coto de la conciencia o, si se quiere, a un
imaginario meramente especular. Si cam-
biamos de hombre y de animal bien po-
demos despejar a la empatía de todo afán
por agradar. Dice Freud en el historial del
Hombre de los Lobos: “Ciertas peculiari-
dades personales, un carácter nacional
ajeno al nuestro, volvieron trabajosa la
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empatía {Einfühlung}. La divergen-
cia entre la amable y solícita perso-
nalidad del paciente, su aguda inteli-
gencia, sus nobles ideas, por un lado,
y su vida pulsional enteramente in-
domeñada, por el otro, hizo necesa-
rio un prolongadísimo trabajo de pre-
paración y educación que dificultó la vi-
sión panorámica. Pero en cuanto a la ín-
dole misma del caso, que planteó las más
espinosas tareas a la descripción, el pa-
ciente no tuvo culpa alguna. En la psico-
logía del adulto hemos logrado separar
con éxito los procesos anímicos en con-
cientes e inconcientes y describir ambos
con palabras claras” 2 . Una vez más, algo
de la empatía parece quedar a cargo de
las mociones inconscientes del sujeto y,
por lo tanto, de la responsabilidad del
practicante para que su emergencia con-
tribuya al trabajo analítico. Desde este
punto de vista, me gusta considerar que
la empatía es un concepto que bien pue-
de incluirse dentro del orden lógico de
lo Necesario, tal como así sucede con la
demanda o con la propia neurosis, si es
que la presencia o ausencia de esta últi-
ma orienta la lógica a emplear en la di-
rección de una cura o de un tratamiento
posible. Es que si es cierto que las inter-
venciones del analista apuntan al sujeto
y no a la persona, más vale alojar algo
de la demanda para que las fantasías de
mal trato, indiferencia o desinterés de la
persona no brinden argumentos a la re-
ticencia del sujeto. Un maravilloso pasa-
je de El Principito ilustra el punto. Está
el aviador en pleno desierto intentando
arreglar la máquina para así retomar vue-
lo cuando de pronto se hace presente la
figura de El Principito. Lejos de toda pre-
sentación, explicación o justificación, el
extraño personaje le dirige al aviador una
muy precisa demanda: “dibújame una
oveja”. Perplejo ante semejante aparición
y demanda, el aviador –un neurótico- in-
tenta comprender: ¿quién eres? ¿ de dón-
de vienes? ¿ qué haces acá? El Principi-
to insiste: “dibújame una oveja”. Por al-
guna extraña razón -muy a tener en cuen-
ta en todo análisis- el hombre accede, in-
gresa en la propuesta, no entiende para
qué ni por qué pero acepta el juego, si se
quiere. Fracaso total, el dibujo es recha-
zado de plano. Una vez más y contra toda
lógica: “Dibújame una oveja”, se escucha