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Empatía, ética y clínica
Solo el deseo puede leer el deseo
Escribe
Bruno Bonoris
[email protected]
L
a neutralidad es una de la pocas recomendaciones téc-
nicas que delimitan la actitud del analista. Debemos ser
neutrales en lo que respecta a nuestros valores mora-
les, religiosos y políticos a la hora de llevar adelante un tra-
tamiento. Un psicoanalista debe dirigir la cura pero nunca al
analizante. Freud lo dijo con claridad: “Nos negamos de ma-
nera terminante a hacer del paciente que se pone en nuestras
manos en busca de auxilio un patrimonio personal, a plasmar
por él su destino, a imponerle nuestros ideales”. 1 La neutra-
lidad previene al analista ante cualquier afán pedagógico (¡o
terapéutico!) que pudiera interponerse durante la terapia. En
definitiva, la idea de neutralidad podría resumirse en que el
analista debe despojarse de cualquier indicio de subjetividad
en el análisis. No hay mucha discusión en la actualidad al res-
pecto, como si la hubo, por ejemplo, en los escritos de Ferenz-
ci (terapia activa, análisis mutuo, etc.).
Sea como fuere, la neutralidad analítica tuvo, como casi to-
dos los conceptos relevantes, un alcance mucho mayor del pre-
tendido por Freud. 2 Nunca se sabe hasta dónde pueden ex-
tenderse los límites de una idea. ¿Qué significa que el analis-
ta debe despojarse de su subjetividad? ¿qué forma parte de su
subjetividad? ¿su consultorio, su ropa, su peinado, sus lapsus,
sus sueños? El reconocido psicoanalista argentino Horacio Et-
chegoyen relató en una entrevista haberse privado de poner
un cuadro de Gardel en su consultorio porque no quería dar-
le “un mensaje impertinente” al paciente. 3 La idea de que el
analista podría contaminar al analizante con su propia ideo-
logía llegó hasta límites insospechados. Freud, por ejemplo,
no se preocupaba por los retratos que tenía en su consultorio.
El mutismo del psicoanalista tiene uno de sus orígenes en
este particular matiz de la neutralidad. Los analistas decidimos
que ante la posibilidad de infectar al “objeto” de nuestra prác-
tica con nuestra subjetividad debíamos callar. Entonces... shh!
Lamentablemente, los analistas fuimos los únicos que no in-
tuimos que no hablar, no reírse, no alarmarse, no era un índi-
ce de neutralidad, sino de hostilidad o ignorancia. Es popular
la imagen del analista lacaniano silencioso y antipático. Curio-
samente, Lacan le dijo a sus alumnos que era un error que los
analistas hablaran poco. 4 Asimismo, esta actitud es muy dife-
rente a la que tenía el inventor del psicoanálisis. Blanton mos-
tró en su diario de análisis 5 que Freud era un analista senci-
llo, cálido y muy sensible frente al sufrimiento de sus pacien-
tes, sin imposturas ni semblantes exagerados.
Por otro lado, ¿la elección de la “hipótesis de neutralidad” no
forma parte de la subjetividad? Si la transferencia es la pues-
ta en acto de la realidad sexual del inconsciente, difícilmen-
te puede sostenerse que somos neutrales. El analista es quien
debe poner en juego esa hipótesis hasta sus últimas consecuen-
cias; es el militante de una causa perdida. 6
Las dificultades vinculadas a la neutralidad analítica hunden
su raíz en el fundamento epistemológico que sostiene esta in-
dicación técnica. La neutralidad, recordémoslo, es un concep-
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to clave de la “epistemología clásica” o, como la llamó Lacan,
teoría del conocimiento. Según esta perspectiva que Freud sos-
tuvo explícitamente 7 –a pesar de que en varias textos la con-
tradijera–, el fundamento de la ciencia es la observación. La
única fuente para conocer el mundo es a partir de la elabora-
ción intelectual de observaciones cuidadosamente comproba-
das. En este sentido, para Freud, la ciencia conocería la rea-
lidad del mismo modo en que todos los seres humanos lo ha-
cemos: primero realizando observaciones desprejuiciadas de
los hechos en la experiencia, y luego pensando y teorizando
sobre estas. La verdad desde esta perspectiva es la correspon-
dencia entre los enunciados observacionales y la realidad. En
definitiva, si considero que el acceso a la realidad depende de
la observación desprejuiciada mi posición como agente de co-
nocimiento debe ser neutral. No podré conocer la realidad tal
como es si la contamino con mis ideas, prejuicios, opiniones,
etc. En el caso del psicoanálisis, la realidad que debe conocer
y que no debe “infectar” con su subjetividad es el inconsciente
de quien consulta. Para ello, claro está, el analista debe “pu-
rificar” su propio inconsciente.
Ahora bien, hay que admitir que los analistas no estamos
purificados, por mucho tiempo que hayamos pasado en un
diván. En cada caso que llevamos adelante, ponemos en jue-
go, irremediablemente, nuestras subjetividades: ideales, fan-
tasías, síntomas, etc. El problema surge cuando no estamos
advertidos de que esto sucede, es decir, cuando nos creemos
purificados, libres de conflicto, al margen del espacio trans-
ferencial, fuera del cuadro, más allá de toda ficción. En todo
caso, los analistas somos quienes debemos poder leer a qué
lugar nos lleva, no el analizante -como se suele afirmar-, sino
el propio análisis. Un analista podría leer que un analizante
“lo pone en el lugar” de un padre...y el analizante podría afir-
mar que es el analista quien lo pone en el lugar de hijo. “Tam-
bién está lo que el analista se propone que su paciente haga
de él”: 8 un padre severo, una madre cuidadosa, un hermano
comprensivo, etc. La situación es indiscernible, y no es posi-
ble afirmar que es alguien quien organiza los lugares. Freud, a
diferencia de muchos analistas, estuvo muy atento a este pro-
blema. Cuando le preguntaron, casi al final de su vida, cómo
había sido él como analista respondió: “Padezco de una serie
de hándicaps que me impiden ser un gran psicoanalista. En-
tre otros, soy demasiado padre.” 9 ¡El padre del psicoanálisis
dijo que había sido demasiado padre! A veces los psicoanalis-
tas estamos un poco sordos.
Los obstáculos del problema transferencia-contratransferen-
cia encontraron en la obra de Lacan una solución teórico-con-
ceptual a partir de la noción “deseo del analista”. Donde Freud
propuso la neutralidad, Lacan proyectó un deseo. 10 Ningún de-
seo es neutral, tampoco el deseo del analista. El deseo del ana-
lista no es un deseo puro, sino que “es imposible extraerlo de
ningún otro lugar que del fantasma del analista”. 11 La idea de
Lacan es que para poder leer la tendencia de las palabras del
analizante, el deseo del analista debe suspender los efectos
imaginarios de comprensión, y mantener la máxima distancia
entre I y a: el Ideal “el objeto que pretendo ser o tener para el
Otro” y la causa “las condiciones de posibilidad, la matriz de
inteligibilidad deseante”. El sujeto solo experimenta su deseo
en los intervalos del discurso del Otro, en el más allá del decir.