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de manera imperativa. Allí va nuestro alicaído aviador en su
intento por satisfacer el pedido, pero de vuelta: sin suerte. No
se trata de la oveja que el hombre cree oír en el pedido. Es
Otra Cosa. A punto de abandonar el intento, el aviador se en-
trega quizás a otro orden de esfuerzo, algo en lo cual su pro-
pio deseo está comprometido mucho más allá de la demanda
que le es dirigida. Toma el lápiz y el papel y ahora dibuja una
caja con agujeros al tiempo que le dirige a su insólito interlo-
cutor las palabras decisivas: aquí dentro está la oveja que tú
deseas, si miras a través de los agujeros la encontrarás. Esta
vez El Principito estalla de alegría: eso era lo que quería! Más
allá de la perplejidad del aviador ante la insólita demanda de
El Principito, me cuesta creer que en esta escena esté ausen-
te la empatía, si es que por la misma entendemos algún ras-
go que en el Otro revele cierto eco, afinidad o sintonía capaz
de convocar al sujeto a mirar por el agujero.. En su comenta-
rio al Caso Dick Lacan plantea que el sujeto “no tiene contac-
to sino con esa hiancia” (en nuestro caso: la oveja del aviador
jamás será la de El Principito). Y continúa: “Al mismo tiempo,
y por más paradójico que ello parezca, existe en él una posi-
bilidad de empatía mucho mayor que la normal (…) Cuando
ve sobre la blusa de Melanie Klein virutitas de lápiz, resulta-
do de un destrozo, dice: Poor Melanie Klein”. En todo caso
que el surgimiento de la empatía sea imprevisible u obedez-
ca a elementos muy lejanos de quedar bajo el control del ana-
lista no es motivo para que éste descuide su valor en un tra-
tamiento. Sobre todo, cuando el practicante comete “errores”,
sean fallidos, decir un nombre por otro, equivocaciones en los
horarios, desorden en el consultorio, etc.; todos elementos a
rechazar desde el sentido común pero no desde la enigmáti-
ca lógica que el deseo del sujeto impone. Ahora bien, al citar
el famoso ejemplo de las chicas del pensionado para dar cuen-
ta del tercer tipo de identificación, Freud observa que “la em-
patía nace sólo de la identificación” 3 , para luego señalar que
tal infección psíquica no requiere de ninguna simpatía previa.
Una vez más, empatía no supone complacencia imaginaria.
Encontramos aquí entonces la raíz de la importancia que Freud
otorga a la empatía en la experiencia analítica. La misma tra-
duciría una identificación del sujeto con algún significante su-
brayado en el tratamiento, desde este punto de vista la empa-
tía sería condición para la instalación de la transferencia de
trabajo. En todo caso se trata de qué hace el analista. Aquí
una ficción clínica que en este caso –tal como Freud indica 4 -
ilustra la empatía necesaria para que la risa cancele una inhi-
bición preexistente. M. tiene 32 años. Vino a la consulta por-
que, según sus palabras: “vivo malhumorado y no sé por qué”.
A la pregunta acerca de si estaba interesado en encontrar la
causa o superar el malhumor, me miró extrañado: “Yo creía
que el psicoanálisis buscaba las causas de los malestares” ¿Ah
sí? ¿Y qué otras cosas te hicieron creer? M. se quedó pensan-
do por un instante para luego expresar: “No sé por qué, pero
ahora me acuerdo de mi padre. Era un hombre muy negati-
vo. Siempre estaba disconforme, como amargado. Me decía
que para ganar algo había que sufrir. Era muy parecido a mi
actual jefe, siempre disconforme y maltratador”. Interrogo:
-¿por qué te importa tanto lo que te dice tu jefe?- M. pegó un
salto en el sillón, y con contenida pasión relató: “Hace unos
meses, durante una reunión en el trabajo, tomé la palabra
para proponer un procedimiento nuevo en el área a mi cargo.
Pero este tipo (por el jefe), delante de todo el mundo, dijo:
Nooooo!, sin brindar la menor explicación. Estoy pensando
en redactar la propuesta por escrito y elevarla a la gerencia,
pero me da miedo lo que pueda llegar a ocurrir”. Y aquí el mo-
mento decisivo: “Usted qué piensa: ¿redacto la propuesta y la
envío?” Respondo: “Noooooo; Nooooo; de ninguna manera;
Nooooo”. El rostro de M. fue cambiando desde una expresión
de azoro, luego serena cavilación, hasta llegar al estallido de
la risa. “Creo que es la primera vez que me río con ganas des-
de hace meses”-dijo. M. continúo viniendo unas pocas sema-
nas más. Su propuesta fue aceptada, pero como a instancias
mías también la envió a otros lugares, obtuvo un puesto me-
jor pago en otra empresa. Lamento que no haya continuado
con las sesiones, con probabilidad el negativismo con que el
padre le había hecho creer que: para ganar hay que sufrir, tam-
bién había inundado otras áreas de su vida. Pero así es la in-
tervención psicoanalítica bien entendida: llevar al sujeto has-
ta donde el saber deja de ser pragmático. En otros términos:
hasta donde el sujeto decide “si quiere lo que desea” 5 , como
indica Lacan. O hasta animarse a mirar por el agujero a esa
oveja imposible.
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1. Sigmund Freud, “ A propósito de un caso de neurosis obsesiva” en Obras
Completas, A. E. Tomo X, p. 124
2. Sigmund Freud, “De la historia de una neurosis infantil”, en Obras Com-
pletas, A, E. Tomo XVII, p. 95
3. Sigmund Freud, “ Psicología de las masas y análisis del yo”, en Obras
Completas, A. E. Tomo XVIII, p. 101.
4. Sigmund Freud, “ El chiste y su relación con lo inconsciente”, en Obras
Completas, A. E. tomo VIII, p. 186.
5. Jacques Lacan, “Observación sobre el informe de Daniel Lagache”, en
Escritos 2, Buenos Aires, Siglo XXI, 1983, p. 304.
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36 | Imago Agenda | N° 207 | Otoño 2020