En el océano Atlántico, los portaaviones de escolta se convertirían en una parte vital de los convoyes aliados, al aumentar eficazmente el radio de protección y a ayudarles a cruzar el charco. Los portaaviones resultaban también más económicos que los buques de guerra, debido al coste relativamente bajo de las aeronaves y a la no necesidad de contar con blindajes fuertes. Los submarinos, que ya habían demostrado ser un una arma eficaz durante la Primera Guerra Mundial, fueron muy usados por ambos bandos en la Segunda Guerra Mundial.
El desarrollo británico se centró en el armamento y en tácticas antisubmarinas, como el sonar y los convoyes navales, mientras que la Alemania nazi se concentró en mejorar su capacidad ofensiva, con proyectos como los submarinos tipo VII, tipo XXI y tácticas rudeltaktik (término acuñado por Karl Dönitz: “manada de lobos”).
Por su parte, el armamento antiaéreo también avanzó, incluyendo defensas como el radar o la artillería tierra-aire, tales como el temible cañón alemán de 88 milímetros. El uso de aeronaves de reacción fue pionero y aunque su introducción fue tardía en la Segunda Guerra Mundial, marcó un antes y después en la guerra área de la segunda mitad del s. XX.
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