Miembros de la organización Conciencia Cívica,
con base en Estados Unidos, y del Comité Ciudadanos por la Integración Racial, con sede en
Cuba, pudimos reunirnos por primera vez en 54
años con una congresista federal por el Estado de
la Florida, Frederica Wilson, miembro del Black
Caucus y prominente defensora de los derechos
desde una agenda específicamente racial.
Esta prominente y singular congresista, maestra
por oficio y definición, había sostenido meses antes otro encuentro con líderes cívicos cubanos residentes en la Isla, a quienes había manifestado
todo su apoyo y su solidaridad hacia los que sufren doblemente por su activismo cívico: en tanto
activistas democráticos y en tanto afrodescendientes.
Esto había constituido un buen precedente, cuya
especificidad se basó en que políticos afroamericanos abrían sus escuchas a los problemas de
Cuba desde una perspectiva racial. Lo propio de
nuestro encuentro, en comparación con el anterior, era que desde su propia concepción implicaba un reconocimiento a la lucha organizada en
torno a la problemática de los afrodescendientes
cubanos. Un gesto público de suma importancia,
dado el valor referencial y global de las luchas de
los afroamericanos por los derechos civiles.
Ello resulta totalmente nuevo. En 2000 yo visité
Estados Unidos y me reuní con congresistas afroamericanas, pero el enfoque de los encuentros
giró en torno a la democracia en general, a las relaciones Cuba-Estados Unidos, y a lo que los congresistas podían hacer para incluir nuestro caso en
la agenda congresional.
El tema racial se trató a sedal, y recuerdo que fue
difícil llevar la discusión más allá de cierta disfuncionalidad del sistema en Cuba; plantear la naturaleza estructural del racismo habría sido
cuando menos extraño. Los afronorteamericanos,
hoy cada vez menos, asumían entonces que la llamada Revolución Cubana había absorbido positivamente todas las luchas y todos los viejos problemas raciales que todavía en los Estados Unidos estaban pendientes en muchas dimensiones.
Confieso que a muchos de los afronorteamericanos que vi en el 2000 les parecía algo raro ver a
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un afrocubano discrepando del gobierno de Cuba
en términos que podrían asimilarse a las discrepancias políticas y cívicas de los afronorteamericanos con una buena parte de la elite blanca. Recuerdo que una de aquellas congresistas, que había visitado la Isla en alguna que otra ocasión y se
había encontrado con Fidel Castro, me planteó
que todo se solucionaría, en cuanto a la democracia en Cuba y en lo que concernía a las relaciones
Cuba- Estados Unidos, si personas como yo, progresistas y moderadas, lograban convencer a
Ileana Ros Lethinen, la congresista federal cubano-americana que ha llegado a convertirse en la
bestia negra del castrismo en todos los recovecos
posibles de la política estadounidense.
Semejante percepción ha estado enquistada en la
comunidad afronorteamericana. Para ella resultaba legítima la discusión concerniente a los déficits de la democracia y de las libertades fundamentales en Cuba, nunca en torno a los déficits
del racismo. Podría parecer complicado, dada la
mentalidad empírica de los estadounidenses; sin
embargo, dicha comunidad abandonaba el mito
del sueño americano para abrazar el mito del fin
del racismo que había traído la Revolución Cubana al hemisferio occidental.
Si la capacidad de contraste para entender las
realidades del racismo en los Estados Unidos estaba activa, esa misma capacidad estaba embotada cuando se trataba de mirar a las realidades de
Cuba. Cierto es que, en ocasiones, muchos activistas y políticos afronorteamericanos venían a
Cuba y percibían la realidad profunda con esa
agudeza entrenada con sutileza para captar el racismo tras las apariencias igualitarias. Entonces
hacían sus críticas y, dada la potencia de su voz,
obligaban a ciertas movidas del régimen cubano.
Pero ello no afectaba la percepción conceptual de
grupo: lo fundamental para generar conciencia
política y cívica en una dimensión pública, estructurada en posiciones definidas de política proactiva y con impacto sobre los receptores.
Para las posibilidades de generar apoyos y conexiones en una lucha compleja que compromete la
dimensión cultural, aquel enquistamiento no favorecía el debate mismo por la democracia en