Identidades Número 1, Febrero 2014 | Page 48

Miembros de la organización Conciencia Cívica, con base en Estados Unidos, y del Comité Ciudadanos por la Integración Racial, con sede en Cuba, pudimos reunirnos por primera vez en 54 años con una congresista federal por el Estado de la Florida, Frederica Wilson, miembro del Black Caucus y prominente defensora de los derechos desde una agenda específicamente racial. Esta prominente y singular congresista, maestra por oficio y definición, había sostenido meses antes otro encuentro con líderes cívicos cubanos residentes en la Isla, a quienes había manifestado todo su apoyo y su solidaridad hacia los que sufren doblemente por su activismo cívico: en tanto activistas democráticos y en tanto afrodescendientes. Esto había constituido un buen precedente, cuya especificidad se basó en que políticos afroamericanos abrían sus escuchas a los problemas de Cuba desde una perspectiva racial. Lo propio de nuestro encuentro, en comparación con el anterior, era que desde su propia concepción implicaba un reconocimiento a la lucha organizada en torno a la problemática de los afrodescendientes cubanos. Un gesto público de suma importancia, dado el valor referencial y global de las luchas de los afroamericanos por los derechos civiles. Ello resulta totalmente nuevo. En 2000 yo visité Estados Unidos y me reuní con congresistas afroamericanas, pero el enfoque de los encuentros giró en torno a la democracia en general, a las relaciones Cuba-Estados Unidos, y a lo que los congresistas podían hacer para incluir nuestro caso en la agenda congresional. El tema racial se trató a sedal, y recuerdo que fue difícil llevar la discusión más allá de cierta disfuncionalidad del sistema en Cuba; plantear la naturaleza estructural del racismo habría sido cuando menos extraño. Los afronorteamericanos, hoy cada vez menos, asumían entonces que la llamada Revolución Cubana había absorbido positivamente todas las luchas y todos los viejos problemas raciales que todavía en los Estados Unidos estaban pendientes en muchas dimensiones. Confieso que a muchos de los afronorteamericanos que vi en el 2000 les parecía algo raro ver a 46 un afrocubano discrepando del gobierno de Cuba en términos que podrían asimilarse a las discrepancias políticas y cívicas de los afronorteamericanos con una buena parte de la elite blanca. Recuerdo que una de aquellas congresistas, que había visitado la Isla en alguna que otra ocasión y se había encontrado con Fidel Castro, me planteó que todo se solucionaría, en cuanto a la democracia en Cuba y en lo que concernía a las relaciones Cuba- Estados Unidos, si personas como yo, progresistas y moderadas, lograban convencer a Ileana Ros Lethinen, la congresista federal cubano-americana que ha llegado a convertirse en la bestia negra del castrismo en todos los recovecos posibles de la política estadounidense. Semejante percepción ha estado enquistada en la comunidad afronorteamericana. Para ella resultaba legítima la discusión concerniente a los déficits de la democracia y de las libertades fundamentales en Cuba, nunca en torno a los déficits del racismo. Podría parecer complicado, dada la mentalidad empírica de los estadounidenses; sin embargo, dicha comunidad abandonaba el mito del sueño americano para abrazar el mito del fin del racismo que había traído la Revolución Cubana al hemisferio occidental. Si la capacidad de contraste para entender las realidades del racismo en los Estados Unidos estaba activa, esa misma capacidad estaba embotada cuando se trataba de mirar a las realidades de Cuba. Cierto es que, en ocasiones, muchos activistas y políticos afronorteamericanos venían a Cuba y percibían la realidad profunda con esa agudeza entrenada con sutileza para captar el racismo tras las apariencias igualitarias. Entonces hacían sus críticas y, dada la potencia de su voz, obligaban a ciertas movidas del régimen cubano. Pero ello no afectaba la percepción conceptual de grupo: lo fundamental para generar conciencia política y cívica en una dimensión pública, estructurada en posiciones definidas de política proactiva y con impacto sobre los receptores. Para las posibilidades de generar apoyos y conexiones en una lucha compleja que compromete la dimensión cultural, aquel enquistamiento no favorecía el debate mismo por la democracia en