Identidades Numero 4, Diciembre 2014 | Page 78

pocas personas han hecho mella. Su presencia en el teatro vernáculo como parte de los tipos cubanos, junto con la mulata y el gallego, resultó una imagen sobrellevada mayormente cuando, para mayor chanza, no era asumido por un personaje de ese color de la piel o raza, sino por un actor blanco que, en acto de travestismo, se maquillaba para dar un matiz más sarcástico a esa imagen ya estigmatizaba, con proyección personológica del negro como marañero, burlón, picaresco y capaz de cualquier artimaña. Esta caracterización estereotipada de las cualidades de la negritud nacía bajo ese sello muy difícil de cambiar y acompañó la imagen del negro durante el periodo de la República (1902-58). La temática negra pasa a ser una de las principales tratadas por artistas de la época y no solo en las artes plásticas. En otras manifestaciones —literatura, música, danza— los ejemplos son abundantes. La integración y el convencimiento de que las manifestaciones culturales de esta importante parte de la población cubana pertenecían por completo al acervo cultural de la nación, se enfocan desde una perspectiva aún con rasgos de pintoresquismo y, en la mayoría de los casos, se sobredimensiona el papel de la religión en función de la “integralidad cultural” que contribuía a sentar las bases de ese complejo concepto denominado identidad. La imagen del negro como ser social se trata, en la mayoría de las obras, con muy poca diferencia respecto al período colonial, sobre todo en las cajetillas del tabaco cubano. De forma burlona, si bien por la actividad, se ejemplifican la pereza, el robo menor o el fisgoneo, cuando no la borrachera y la inclinación pendenciera, o por el diálogo de los personajes, transcrito fonéticamente en castellano imperfecto. (De Juan, 1978: 33) 78 Esta visión limitada, incomprensiva y culturalmente equivocada entraña una concepción del mundo de raíces ancestrales que, sacada del contexto que le dio origen, de ninguna manera podía obedecer a los patrones de pensamiento, comportamiento social, forma y proyecto de vida occidentales. Se marcaba la diferencia entre el pensamiento progresista intelectual y la posición de los gobiernos de turno ante las demandas sociales de la raza negra y la libertad de expresión de sus manifestaciones culturales. La vanguardia Dentro de la llamada primera generación de la vanguardia, la presencia del negro en las artes plásticas es más bien pobre, con aislados ejemplos. La línea temática general de algunos artistas entronca con la herencia de la imagen estereotipada. La obra paradigmática El rapto de las mulatas (1938), de Carlos Enríquez (1900-1957), vendría a ser un clásico con intención de sobrepujar el carácter sensual de la imagen de la mujer de raza negra o mestiza. La segunda promoción de la vanguardia evidencia mayor grado de asimilación de los componentes culturales afrocubanos. Wifredo Lam (19021982), Roberto Diago (1920-1957), Eduardo Abela (1891-1965), René Portocarrero (19121985) y otros reflejaron de alguna manera la marginación de este sector de la población y enfatizaron la presencia del negro desde la cosmogonía antropológica cultural, con la sugerencia simbólica, el colorido y toda una serie de elementos alusivos a los cultos religiosos de raíz africana. (Figuras 2a, 2b, 2c).