Identidades Numero 4, Diciembre 2014 | Page 52

Si bien estos motivos tan difundidos tienen en buena medida elementos de certeza, falta algo básico: haber sido probados rigurosamente. Y la tesis colateral de que los negros desaparecieron sin dejar ningún aporte se deshace ante la evidencia histórica. El problema afroargentino estriba en su no reconocimiento y la represión de su representación en la configuración del imaginario nacional y de la narrativa resultante. Las visiones que enceguecen el aporte de este actor social tienden a confinar su presencia al pasado colonial (no argentino) y subrayan su ausencia actual para reforzar el mito de la extinción. En los actos escolares, por ejemplo, la efemérides patria de 1810 se dramatiza con niños tiznados de negro vendiendo empanadas, velas y otros productos. Se sabe que los oficios estuvieron copados en buena medida por los negros, pero, como por acto de magia, en la conmemoración del Día de la Independencia (9 de julio) todos los actores son blancos. En contra de este mito debe recordarse que los aportes de los afroargentinos a la cultura nacional son numerosos, si bien el discurso histórico se encargó (con bastante éxito) de silenciarlos. Al respecto conviene repasar tres tópicos: estadísticas, idioma y música. El último censo nacional (2010) estimó en dos millones el número de afrodescendientes. Al menos 150 mil personas se reconocieron a sí mismas como afro. En virtud de la diáspora, una considerable comunidad caboverdiana (y sus descendientes) llegó a la ciudad de Buenos Aires y otros partidos bonaerenses desde principios del siglo XX. Suman aproximadamente 15 mil, aunque pasaron inadvertidos frente a la ingente masa humana que ingresó desde Europa. Actualmente, el castellano de Argentina registra unas 1,500 palabras introducidas por los esclavos africanos, las cuales se denominan africanismos y fueron fundiéndose con el lunfardo (el argot porteño). Mina, mucama, quilombo, tango, son algunas de las palabras muy utilizadas en el habla argentina y acusan etimología africana, principalmente de la familia de las lenguas bantúes, muy habladas en el centro y sur de África, aunque esclavos de la región occidental también fueron a parar al área Río de la Plata. En toda América al diablo se le dice mandinga y no por casualidad 52 este vocablo define un grupo étnico puntual de África Occidental que conoció la penuria de la esclavitud en América. El tango, marca de Argentina, es de origen africano (aunque el tema es muy discutido) y al menos en sus inicios los cultores del género fueron negros. Hoy día un personaje destacado como el pianista y compositor Horacio Salgán es afroargentino. La palabra es un africanismo con múltiples usos asociados a la trata esclavista y uno de origen yorubá (etnia de Nigeria) que explica la presencia del dios del trueno y así el tango es como algo sagrado: Shangó es la divinidad del trueno y el amo de los instrumentos de percusión. El candombe, tan popular como ritmo rioplatense, es de indudable prosapia negra. Algunos lo vinculan con el nacimiento del tango, al igual que la famosa milonga, otra marca negra en el castellano rioplatense. ¿Cuál es el lugar del negro hoy día? Es preciso repatriar la ausencia que derivó del empeño de un grupo opresor para invisibilizar a otro grupo oprimido con una política deliberada de negación y silenciamiento. A pesar del terrible silencio, uno de los insultos más recurrentes cuando se alude a los sectores más pobres (no necesariamente no blancos) consiste en caracterizarlos como “negros de mierda”, “de alma”, “cabecitas negras”, “gronchos”. Lo negro no remite ahora a la africanidad, sino a lo más bajo de la sociedad y esto se repite en muchas partes de América. Así se trata, como rémora colonial, en la forma de aludir y denostar a la mano de obra explotable. Como formula Van Dijk, el racismo latinoamericano confunde la clase social con la idea de la “jerarquía de color”. En el caso argentino, tal identificación no involucra una dimensión racial, sino socio-económica, como explica el sociólogo argentino Alejandro Frigerio. El problema radica en que si el afroargentino desapareció (en teoría) físicamente, reaparece (difusamente junto a otros) de forma negativa en el discurso, en calidad de sujeto marginalizado, ya no racializado. Y el racismo queda entonces como cuenta pendiente no solo de Argentina, sino también de América Latina, pero como cantó un prestigioso músico argentino: “Mejor no hablar de ciertas cosas”.