Identidades Numero 4, Diciembre 2014 | Page 118

En el ámbito académico, La leyenda… campea a sus anchas. El capítulo cubano da inicio con la rebelión de Hatuey, que se instala en nuestra cultura popular con el “no quiero ir al cielo si para allá van los españoles”. Así lo recoge la historia, en el sentido demagógico y poco objetivo del contexto. Cuando el niño termina de escuchar el relato de boca del maestro, queda con la sensación, ya para toda la vida, de que fue la iglesia quien quemó al indio rebelde. Es más; queda la iglesia española como aplastadora del primer conato de cubanía. En ningún momento se explica que la hoguera fue uno de los castigos más comunes de la época ni que la conquista fue llevada a cabo por hombres analfabetos, aventureros, ex presidiarios y toda clase de elementos con apetitos y ambiciones, que nada tuvieron que ver con el espíritus excelso del padre Las Casas, Juan de la Cruz, Ignacio de Loyola o Teresa de Jesús. Más para acá, en el tablero cronológico, la historiografía castrista se da a la tarea de simplificar el fenómeno del sincretismo religioso criollo arrojando otro leño a la leyenda. Acá se saca de contexto la idea de la evangelización como un atenuante —casi nada efectivo— a la barbarie y codicia de los hacendados, ya sean criollos o peninsulares, así como de políticos y funcionarios corruptos en tiempos de España. No obstante, el saldo positivo que arroja el sincretismo criollo como uno de los pilares de la cubanía tiene su mayor contribución, tal vez, en la fusión de las dos principales culturas que hoy hacen lo cubano. La historiografía castrista mata dos pájaros de un tiro