Identidades Numero 4, Diciembre 2014 | Page 113

Reyes Cairo. Pero el nombre no se corresponde porque de agro tenía algo, pero de industrial no tenía nada. Era una empresa de nuevo fomento. No tenía una estructura creada. No era rentable tampoco y en la actualidad prácticamente está desintegrada, porque no hay respaldo económico. Incluso tuvimos etapas de dos y hasta tres meses sin cobrar, no se nos podía pagar el salario porque la empresa no tenía cómo buscar el dinero.”3 Al señalar las carencias de una granja supuestamente agroindustrial, Luis Pita señala, como Mavis Álvarez, el nombre mal puesto, la grandilocuencia usada para denominar algo que no existe. Si la euforia revolucionaria permitió la emergencia de un puñado de conceptos, su legitimidad duró lo que los créditos soviéticos pudieron sostener. Con el fracaso que a la revolución le propició Fidel Castro, todos sus términos perdieron sentido. La palabra campesino, que en algún momento pudo haber sido sinónimo de explotado, hombre sin tierra u olvidado, emerge hoy menos por desmentir la precariedad con que antaño se identificaba como para manifestar la iniquidad que los nuevos conceptos encubren. El castrismo sabe eso. La presión que los antiguos términos ejercen para su restablecimiento son el resultado de la evidencia en que ha quedado su despropósito y perversidad. Reynaldo Castro Yedra Como introducción a la entrevista de Reynaldo Castro, a quien Maylan Álvarez dedica, entre otros, su libro; la autora se limita a enumerar sus diversas funciones políticas y laborales: diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular, miembro del Consejo de Estado y del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, fundador del Movimiento Millonario y de la Emulación Socialista en el sector azucarero, y primer Héroe del Trabajo de la República de Cuba. De origen muy humilde, Reynaldo Castro pasó de desconocido cortador de caña, con 18 años en 1959, a ser una de las figuras más mentadas en el panorama laboral cubano de las décadas siguientes. Si un hombre que corta 300 arrobas al día es un buen machetero, Reynaldo Castro llegó a cortar 2308 arrobas el 28 de abril de 1963, en una competencia de grandes cortadores que ganó frente a los ojos admirados de, entre otros, Ernesto Che Guevara. Reynaldo Castro apunta el desconocimiento como una carencia individual: “Yo no sabía lo que era la producción y era el que más producía en el país, ni sabía qué cosa era el concepto de productividad, ni emulación. Yo estaba haciendo las cosas y no sabía lo que estaba haciendo.”4 Pero en aquello tiempos la sociedad entera compartía el desconocimiento y la incertidumbre sobre algunos aspectos de la realidad. Como tantos otros cubanos, Reynaldo Castro estaba despertando a un nuevo proceso de significaciones, que entrañó para él, gracias a su extraordinario rendimiento, el paso de un apartado pueblo de provincia al centro del poder político. “Yo creo que, en realidad, este fue el comienzo de mi vida”, dice Reynaldo Castro a Maylan Álvarez. Y describe como se vio de pronto durmiendo en las sábanas impecables del Hotel Habana Libre al finalizar el segundo día de estar en La Habana, pues la primera noche no se atrevió a acostarse en ellas. Uno de los estados más enojosos de cualquier miseria se establece con la conformidad y el acomodo que la reproducen, tanto entre los que la padecen como entre quienes están libres de ella. El testimonio de Reynaldo Castro conmueve, porque si bien la revolución se empantanó entre sus crímenes y la consagración de la miseria, no podrá olvidarse aquel instante en que la nación se entregó por entero, como si del programa fundamental de la patria se tratase, a la obra de superar las peores desigualdades. Puede alegarse que ya en aquel momento la revolución cultivaba las semillas de su perversión, pero también se podría afirmar que no hay epis