El mismo proceso de ajustes emprendido por el gobierno ha terminado por
convencer a la gente de las políticas
erráticas y concepciones inapropiadas
para la creación y sostenibilidad del
bienestar. Al mismo tiempo, la naturaleza limitada de los cambios refuerza la
visión de que no solo las autoridades
han confundido el rumbo, sino de que
carecen de la voluntad y la capacidad
para abrir plenamente las vías de desarrollo y progreso social.
Todo lo antes expuesto prepara el terreno para mejor interacción de la oposición política cubana con los ciudadanos. Significa que la idea y la oportunidad de cambio político es cada vez más
clara y que su aceleración depende de la
acción y legitimación proveniente de la
ciudadanía. Esto conlleva el despliegue
de recursos políticos y sociales apropiados para un cambio que, efectivamente,
favorezca y repercuta en la ciudadanía.
Hablar sobre ideas democráticas hoy en
Cuba representa un duelo para cualquiera que pretenda ostentarlas como proyecto social. En primer lugar, por el
feroz fuego mediático que contra estas
ideas mantienen los medios masivos,
presentándolas como estrategia económica de los poderosos encaminada a
enriquecerse ellos y aplastar a los más
débiles para dictar las políticas mundiales unilaterales.
Para promocionar esta tesis no se detienen frente a meras trivialidades y se
organizan grandes simposios, congresos, encuentros y cuanto fórum y tribuna machaque en contra y pretenda desacreditar nuestras ideas, con cientos de
invitados y ponentes de cualquier parte
del planeta, pagados con el sacrificio
esclavo del pueblo cubano.
Pobreza, analfabetismo, desigualdades e
injusticias son algunas de las supuestas
consecuencias que se derivan de la aplicación, según nuestra prensa oficial y
quienes ofician en los encuentros antidemocráticos, del pensamiento liberal y
democrático.
La elite gobernante cubana presenta este
pensamiento como uno de los jinetes del
Apocalipsis, achacándole todos los males habidos y por haber, como el culpable del atraso y la pobreza que hoy golpea tan fuerte a una gran porción de
nuestros ciudadanos. Se publican fotos
y reportajes para mostrar cuan perjudicial sería recurrir a fórmulas que descentralicen la gestión (en contra del
intervencionismo del Estado) y pongan
en manos de los individuos y la sociedad civil la responsabilidad de sus vidas.
¿Pero, son ciertas estas aseveraciones
que se presentan como verdades irrebatibles, o no son como las pintan? Ahí
están la Declaración de Derechos Humanos, los Pactos de Derechos Civiles y
Políticos, Económicos, Sociales y Culturales de las Naciones Unidas. Tenemos la Declaración Americana de los
Derechos del Hombre, entre otros muchos pactos, convenciones, protocolos y
convenios que salvaguardan los derechos fundamentales de la persona y ponen su libertad por encima del Estado.
En las constituciones de todo país que
se diga democrático, las libertades fundamentales de sus ciudadanos están
siempre consagradas por encima del
poder del Estado y del gobierno. Este
último es monitorizado permanentemente por los ciudadanos y no a la inversa, como sucede tristemente en Cuba.
Hoy es una necesidad lograr que las
ideas democráticas y de libertad sean
abrazadas y aceptadas por la sociedad
civil cubana, en un momento en que la
cúpula gubernamental vende al mundo
el socialismo del siglo XXI como la
opción perfecta y viable.
Ya somos bastantes los ciudadanos que
estamos completamente convencidos de
que para que las ideas democráticas y
de libertad rijan a nuestro país hay que
contar con la participación protagónica
de la sociedad civil y del ciudadano de a
pie. Son muchas las organizaciones de
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