La repentina sensación de que estábamos divididos como nación y los resultados violentos de esa división estimularon a una amplia gama de líderes locales para dar prioridad inmediata a las relaciones raciales. Los funcionarios electos en todo el país se dieron cuenta de que, además de abordar el racismo y las relaciones raciales a través del trabajo en áreas como el desarrollo económico o la discriminación en la vivienda, también debían tratar directamente con las percepciones, prejuicios y creencias de sus constituyentes. Este tipo de difusión pública resultaba rara; la mayoría de las comunidades carecen de lugares para que personas de diversos orígenes hablen entre sí sobre raza o cualquier otro tema. Diferentes líderes locales comenzaron a buscar maneras de involucrar a la gente en discusiones productivas sobre la raza. Se esperaba que estos esfuerzos ayudarían a superar las divisiones de la comunidad y a evitar los debates públicos fueran dominados por voces extremistas. Una ola de esfuerzos de participación pública local barrió la nación y cientos, a veces miles, de ciudadanos acudieron a foros, cursos, talleres y diálogos en grupos pequeños. Los comisionados de relaciones humanas, directores de YWCA, líderes de grupos interreligiosos, funcionarios electos y otros comenzaron a crear oportunidades para que personas de diversos orígenes hablaran sobre la raza. Estos proyectos se multiplicaron de la noche a la mañana y para fines de 2002, los programas de diálogo intergrupal a gran escala englobaban 266 comunidades en 46 estados. A medida que estos organizadores experimentaban con diferentes métodos y formatos de reunión, fueron descubriendo tácticas que también se aplicaban por primera vez en campos como la educación, la planificación y la prevención del delito. Al igual que la mayoría de estas cuestiones públicas, la raza afecta a las personas en los órdenes personal y emocional. Para permitir que los participantes compartieran sus experiencias de manera productiva, los organizadores locales gravitaron hacia estrategias con hincapié en pequeños grupos de discusión, ya sea por cuenta propia o como grupos de trabajo dentro de foros o talleres más grandes. Desde el principio o luego de ensayo y error, se dieron cuenta de que estas sesiones con grupos pequeños funcionarían de manera más efectiva si incluyen cuatro componentes principales:
1- Tener un facilitador imparcial y crítico. Muchos organizadores consideraron que si los facilitadores trataban de " educar " a los participantes o dirigirlos hacia una conclusión en particular, el diálogo fracasaría. Encontraron que los facilitadores pueden tener éxito si daban a todos la oportunidad de hablar, ayudaban a ajustarse al tiempo asignado, propiciaban el uso de materiales de discusión y manejaban imparcialmente los conflictos dentro del grupo.
2- Permitir al grupo que fijara sus propias reglas de juego. Cuando los participantes en un grupo pequeño establecen sus propias normas para la discusión, resultan más propensos a cumplir con ellas y las sesiones tienden a ser más decentes y productivas. Los participantes normalmente proponen como normas no interrumpir a los demás, guardar la confidencialidad y mantener una mente abierta.
3- Dejar que las personas aprovechen la oportunidad para comparar sus experiencias. Así los participantes se animan a hablar sobre sus antecedentes culturales y experiencias con el racismo, y esta es una buena manera de comenzar las discusiones. Se alivia un poco la tensión y los participantes llegan a conocerse mejor, además de ayudar a comprender cómo nuestras opiniones políticas a menudo se
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