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Tenemos todos la obligación de saber
cómo defender nuestros derechos, exigir
leyes que nos protejan y ayuden a aliviar
nuestras dolencias, así como a sanar las
heridas emocionales con que se lacera
cada día más este mundo dividido y
ciego, que no entiende que no somos
extraterrestres ni contagiosos, sino
simplemente de cierto color o preferencia
sexual. Por ello nadie puede sentirse con
derecho a maltratarnos o repudiarnos, ya
que somos seres humanos que vivimos en
y aportamos a nuestra sociedad, cuando
nos dejan. Con solo pensar en la violencia
nos enmarcamos en algo desastroso. Ni
qué decir si a diario sufrimos diferentes
tipos de violencia. La violencia de género
es un mecanismo de la sociedad patriarcal
para mantener el poder masculino. La
cultura patriarcal o machista se expresa a
través de normas sociales y culturales
que, afianzadas por la tradición, intentan
garantizar ese poder masculino. La
violencia intrafamiliar se extiende por
todas sus ramas. Además de predominar
la violencia psicológica y emocional,
encaramos las violaciones no conyugales.
El homosexual y el afro descendiente
sufren hoy en día la violencia simbólica,
que se da de la mejor manera —y hasta
nosotros la aceptamos—en las referencias
a imágenes y textos sexistas, en la
de
las
voces
y
incivilización
problemáticas que sufrimos tanto en los
medios de comunicación como en la
industria del ocio y entretenimiento. Así
mismo sufrimos la violencia estructural,
con las barreras intangibles que impiden
el acceso a derechos básicos que nada
tienen que ver ni con el color de la piel ni
con la orientación sexual. Pudiéramos
agregar la violencia física común y
cotidiana muy presente las comunidades
afro descendiente y LGBTI. Son las
imposiciones a la fuerza y la intimidación
que causan daños y consecuencias
devastadoras que llegan a la discapacidad
e incluso a muerte.
Los medios de comunicación masiva
debían visibilizar y analizar de manera
abierta estos temas. Las comunidades
tanto LGBTI como afro descendiente
queremos y necesitamos sentirnos
aceptados por lo que somos y cómo nos
comportamos, para no vernos y sentirnos
como el último eslabón de la cadena
social.
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