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espacio de debate y expresión libre. Los
cultores del género y un público entusiasta y motivado dieron rienda suelta a
sus inquietudes, criterios y cuestionamientos. En aquel escenario, los grupos
y solistas que, con mucho esfuerzo y
sus propios recursos, fueron construyendo obras sólidas y coherentes, hicieron el retrato realista y crítico de una
sociedad cotizada por la ineficacia, la
insensibilidad y la intolerancia de un
poder que durante mucho tiempo divorció las palabras de los hechos.
En un principio, las instituciones oficiales respaldaron de alguna manera el
movimiento. Sin embargo, cuando el
poder de convocatoria y la ascendencia
social del hip hop cubano se hizo patente e incontrolable, las autoridades se
preocuparon. A principios de siglo, las
letras del rap cubano inundaron las redes sociales para demostrar al mundo
que no todo era color de rosa en Cuba y,
sobre todo, que había creadores comprometidos con la verdad y la justicia,
libres de las acostumbradas tergiversaciones y manipulaciones que durante
varias décadas han apuntalado la falsa
legitimidad de los gobernantes cubanos.
Ante la fuerza, alcance y resonancia
social, la independencia del movimiento
y su repercusión internacional, la reacción oficial no se hizo esperar. A la casi
nula promoción, difusión y respaldo
material se unió el desmontaje del festival, que obligó a los raperos a desarrollar su obra en más difíciles condiciones.
La institución cultural supuestamente
encargada de impulsar y facilitar el trabajo de los cultores del género, la
Agencia Cubana de Rap, ha hecho muy
poco para contribuir al desarrollo, crecimiento y difusión del género. Solo
reciben algún espacio en los medios y
escenarios quienes no resultan incómodos políticamente.
Uno de los más socorridos mecanismos
para afianzar el control absoluto del
poder es la promoción de géneros que
impulsan la enajenación y la distorsión
de valores. Cuando, avanzados los años
80, los jóvenes trovadores se hicieron
incómodamente incontrolables, se impulsó la timba, modalidad de la música
popular bailable marcada por patrones
estéticos y discursivos vulgarizantes,
machistas y socialmente poco edificantes. Entrando el nuevo siglo se promovió indiscriminadamente el reggaetón,
con esa agobiante carga de obscenidades, marginalidad, machismo y degradación estética como alternativa ante el
avance del hip hop cual reflejo nítido y
descarnado de las crudas realidades que
afronta la sociedad.
Los raperos no tienen temas tabúes ni
evaden el abordaje directo y transparente de los temas que a todos nos preocupan, de los problemas que a todos nos
agobian. La pobreza creciente y la desigualdad, la recurrente injusticia, la
demagoga oficial, la marginalidad y
exclusión social, el racismo y la discriminación, la corrupción, la perdida y
subversión de valores, el machismo y la
prostitución, la falta de horizontes y
expectativas de realización personal y
evolución social, así como la intolerancia, el hegemonismo y la represión política se convierten en tópicos recurrentes
de la impronta artística de este movimiento, que se distingue como el más
consecuente referente crítico y cuestionador desde una propuesta creativa.
Los raperos cubanos han sabido enfrentar los enormes retos de su época. Los
festivales Puños Arriba han sido la adecuada respuesta del movimiento fiel a
sus compromisos y con inequívoca vocación de conexión social. En los últimos años, ese evento ha servido para
exponer y reconocer lo mejor y más
genuino del hip hop cubano.
Las divisiones internas de la sociedad
cubana y la débil articulación cívica de
los actores sociales ha sido un arma
fundamental para garantizar la hegemonía absolutista de los gobernantes. El
muro invisible y hasta ahora efectivo
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