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muchos travestis —hoy en día fuera de
Cuba— que fueron detenidos de manera
arbitraria y estuvieron encerrados en un
calabozo.
¿Cómo ves la situación de los gays en
Cuba? ¿Se debe pedir disculpas por
la UMAP y otros atropellos? ¿Hay
aún rezagos de homofobia?
Antes las fiestas gays estaban prohibidas y se hacían en casas particulares,
con show incluidos. En ocasiones teníamos que salir huyendo porque hacían
redadas y se llevaban a todos presos;
hoy en día la represión no tiene la magnitud de los ochenta y noventa. Ahora el
estado tiene sitios para gays, por ejemplo Las Vegas y el bar Humboldt, que
he visitado un par de veces. No puedo
profundizar mucho en el tema porque ya
no salgo como antes; me he dedicado
más a mi casa, a la literatura, a mi pareja. Ya no me interesan tanto las fiestas y
el mundo gay como que lo he dejado un
poco en el olvido, aunque para mí es
muy importante saber que nos va bien y
que nunca más se cometan errores como
aquellos que, a través de la historia, nos
afectaron mucho.
Creo que hay muchos homosexuales,
los más jóvenes, que desconocen qué
fue la UMAP y de eso nadie habla en
los medios. Una disculpa no sería suficiente; me parece que para muchos no
es conveniente hablar del asunto y jamás se disculparan, porque tendrían que
disculparse de otras muchas cosas, por
ejemplo, meter preso a cualquiera por
tener un simple dólar. No hay nada más
absurdo que eso y alguna vez se ha hablado al respecto, o del remolcador 13
de Marzo, que rociaron con agua y murieron niños, mujeres y hombres. Habría
que pedir disculpas por tantos errores
que la lista sería interminable. Y claro,
aún hay homofobia, pero que vivimos
en un país latinoamericano, donde no
creo que seamos ni los más machistas ni
más discriminatorios. Desgraciadamente, la homofobia es algo que pervive y
solo con el paso de los años y una buena
siempre que me orinaba me las agenciaba para cambiar el colchón y nunca se
dieron cuenta. En ese albergue vi de
todo, aprendí a masturbarme viendo a
los demás en maratones de los que fui
participante más tarde. En la escuela
creamos un grupo de muchachos rebeldes; no íbamos al campo y nos quedábamos escondidos debajo de los albergues. La beca me ayudó a reafirmar que
me gustaban los hombres. No terminé el
curso; me expulsaron por ser un mal
ejemplo.
Fuiste travesti, háblame de tu experiencia y tus amigos. ¿Te prostituías?
Eso fue en los 90, en pleno periodo especial, tiempos difíciles para quienes
nos travestíamos. Yo solía hacerlo tan
solo los fines de semana. Tenía una
amiga, que falleció de SIDA, Celín, y
andábamos juntos. Cada vez que nos
encontrábamos me convidaba a travestirme, porque me divertía mucho, pero
lo hacía como experimento. Me fascinaba la reacción de algunos hombres.
Cada vez que salíamos a la calle hacíamos auto-stop y no hubo una sola vez
en que no nos montáramos en un carro y
el chofer no quisiera acostarse con uno
de nosotros. Nunca me prostituí; cuando
estuve con un hombre, lo hice por placer. Hay un serio error en afirmar que
todos los travestis se prostituyen. Sólo
lo hace quien quiere hacerlo, y no lo
critico: cada cual es dueño de su cuerpo,
siempre que no se implique a menores.
Por aquella época, ¿hubo mucha represión policial?
Corrí rampa arriba rampa abajo. Había
lugares prohibidos tanto para las travestis como para los homosexuales y pingueros, que en ese tiempo proliferaban
en El Vedado. El cine Yara, por ejemplo, era prohibido, por su cercanía al
hotel Habana Libre y resultar un sitio
demasiado turístico. Mi padre tuvo que
pagarme muchas multas de 50 pesos por
andar vestido de mujer. Eso sí, nunca
dormí en un calabozo, porque jamás
pudieron atraparme, pero sí conozco
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