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del bienestar y de las posibilidades económicas. La principal vía de acceso son las remesas familiares y solo el cuatro por ciento de la emigración cubana es afrodescendiente. Los patrones de desigualdad y desventaja se han reafirmado con gravísimas consecuencias socioeconómicas para este importante sector social. Las medidas económicas que, según el régimen, pretenden actualizar el modelo no se mueven en la esfera de creación de riquezas, estímulo al aumento de la producción e impulso de nuevos actores económicos, sino que incrementan y profundizan las desventajas y desigualdades de las grandes masas, sumidas en la creciente miseria, especialmente los afrodescendientes, quienes no cuentan con las bases materiales ni con los respaldos financieros necesarios para insertarse en los nuevos y limitados espacios de desenvolvimiento socioeconómico. A pesar de las crecientes demandas, las autoridades han demostrado muy poca capacidad y voluntad de reabrir y socializar el debate sobre la problemática racial, de reconocer y estimular el desarrollo de instituciones independientes comprometidas con el tema, como ha exigido el Comité de la ONU para la Eliminación de la Discriminación Racial (CERD). A pesar de los enormes peligros que, para el presente y futuro de Cuba, entraña la creciente polarización social, los gobernantes no muestran voluntad política ni sentido de responsabilidad para activar mecanismos destinados a rescatar y reconocer, en los espacios académicos, educacionales y mediáticos, los valores y aportes históricos de los afrodescendientes. Mucho menos para promover diseños de empoderamiento que atenúen las enormes desigualdades subsistentes. Las autoridades mantienen un doble discurso. Exigen justicia e igualdad en el ámbito geopolítico global, participan activamente en los organismos internacionales con iniciativas y resoluciones encaminadas a fortalecer la multipolaridad, los equilibrios y derechos de los pueblos, mientras refuerzan los ambientes discriminatorios y represivos internos. Los gobernantes mantienen a la sociedad totalmente enajenada del concierto de naciones comprometidas, al menos nominalmente, con los derechos universalmente reconocidos. El gobierno incumple sistemáticamente con su responsabilidad de educar e informar a sus ciudadanos sobre los instrumentos jurídicos internacionales y los mecanismos facultativos que protegen y promueven el respeto a los derechos fundamentales. El pueblo cubano desconoce los análisis, críticas y recomendaciones que los órganos de tratados de la ONU, de los que Cuba es signataria, han realizado en temas tan delicados como la discriminación racial, la violencia contra las mujeres y niñas, los derechos de los niños o la libertad de asociación, reunión y manifestación pacíficas. La crisis cubana se profundiza y complejiza también por la incultura cívica y jurídica que padece el pueblo cubano, después de medio siglo de totalitarismo, miedo inducido, censura y represión. Esto hace muy difícil que el creciente descontento y rechazo al sistema se convierta en demanda abierta y articulada de los cambios que necesita Cuba. No nos conformamos con describir, criticar y denuncia