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recursos en un esfuerzo empresarial,
dentro de los limitados marcos que
permite la ley, con clara conciencia de
que, a la mañana siguiente, todo eso
puede ser barrido por la impune arbitrariedad de las autoridades, que supuestamente estimulan el “sector no estatal
de la economía”, pero que no brindan
respaldo efectivo a los nuevos emprendedores para competir con ellos de forma leal y transparente, sino que los
ahoga con restricciones y gravámenes
confiscatorios o, simplemente, los borra
con inesperados zarpazos
Los que hoy estamos aquí podemos ser
privados en cualquier momento de los
derechos concedidos por la flexibilización de las regulaciones migratorias. De
hecho, varios colegas están hoy arbitrariamente impedidos de viajar. En contraste, las autoridades insisten en brindar a los extranjeros los derechos y posibilidades económicas que niega a los
cubanos. La llamada revolución destruyó totalmente una economía que, hacia
fines de los años cincuenta, se encontraba en plena expansión con balanza
comercial favorable y altos índices de
desarrollo y cobertura social, sobre la
base de la fortaleza del empresariado
nacional y de una sólida clase media.
Ahora la nueva Ley de Inversión Extranjera trata de subastar lo que queda
de Cuba al capital foráneo, con tentadoras ofertas de exenciones tributarias y
una fuerza de trabajo calificada y dócil,
a la cual no hay que garantizar los derechos y protecciones sagrados en los
países de origen de los inversores. Aunque parezca increíble a estas alturas del
siglo XXI, en esas inversiones extranjeras los trabajadores y profesionales cubanos son víctimas inermes del control
gubernamental de la contratación —
políticamente condicionada— y la remuneración, amén de verse imposibilitados de ocupar cargos gerenciales o de
alta especialización.
Que sea legalmente posible hacer ahora
en Cuba cosas tan normales como abrir
un pequeño negocio familiar, viajar al
extranjero, hospedarse en un hotel y
comprar una casa o un automóvil, no
debe esconder que el bajísimo poder
adquisitivo del pueblo convierte todas
esas posibilidades en utopía inalcanzable para una gran mayoría que, sin voz
ni esperanzas, contempla día a día cómo
se estrechan sus horizontes de vida y
realización personal.
Más allá de los engañosos y, lamentablemente, con frecuencia efectivos cantos de sirena de las autoridades cubanas,
nos preocupa profundamente la enorme
polarización y desigualdad socioeconómica que sufre una masa considerable del pueblo, que no parece estar
contemplada como factor asumible o
atendible por el poder en su diseño a
conveniencia del futuro inmediato de la
Isla.
Junto a la reconocida indolencia e insensibilidad de los gobernantes, a quienes nada parece importarles el crecimiento evidente de la pobreza, la falta
de horizontes de vida de los jóvenes
cubanos, la desesperación y desamparo
del creciente sector de madres solteras
ni el enorme reto que comporta el envejecimiento de la población y la baja natalidad, se une ahora un sector del exilio
con fuertes intereses económicos y al
parecer con muy pocos escrúpulos, que
busca aliarse con La Habana para repartirse lo que queda de nuestra sufrida
Isla, sin tomar en cuenta los traumas y
las fracturas socioeconómicas que nos
amenazan.
Dentro de este cuadro desolador y preocupante, la peor parte, como siempre en
Cuba, la llevan los afrodescendientes,
victimas históricas de los patrones racistas y las mayores desigualdades y desventajas. A pesar de su peso demográfico y sus trascendentales contribuciones
a la cultura nacional y los procesos políticos, este sector fue siempre relegado a
condición inferior en esa especie de
sociedad de castas donde, por muy brillante, capaz, heroico o exitoso que sea
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