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Por tanto, se niegan a contar su verdad
y tratan de esconder su miseria para que
no sea vista, aunque no sean culpables.
Por último está la marginalidad con que
deciden vivir algunos, que se apartan
del resto de la sociedad y se conforman
con ese tipo de vida. Todo intento por
convencerlos de que cuenten y muestren
su realidad se responde con agresividad,
malas formas y vulgaridad. Esas acciones son el producto de una sociedad que
los ha excluido y en consecuencia, ellos
hacen lo mismo con la sociedad.
Pero lo que sí es real es que trabajos
como estos, ya sean audiovisuales,
entrevistas, talleres o cualquier otro que
llegue al pueblo y traspase fronteras,
son muy necesarios.
A pesar de que muchos cubanos sientan
temor o recelo a pararse frente a una
cámara, todavía hay otros que, como
nosotros, aunque detrás del lente o una
grabadora, seremos capaces de hablar y
mostrar por todos. Eso es lo que nos
propusimos con la realización de este
video.
El Moro es una barriada de principios
del siglo XX, en Mantilla, zona de la
periferia de La Habana. En pocos años
se convirtió en una de las tantas áreas
que albergaron mayoritariamente a la
población negra y mestiza.
Con el paso del tiempo ha devenido en
refugio de familias tanto habaneras como del resto del país, fundamentalmente
afrodescendientes, desamparadas ante la
indisponibilidad de viviendas, que se
ven obligadas a sobrevivir en las peores
condiciones. Las imágenes que aquí se
muestran y los testimonios de sus moradores dan visibilidad a un tema que, por
todos los medios, trata de ocultarse.
El desastre habitacional, la insalubridad,
la marginalidad, la pobreza, la exclusión
y la vulnerabilidad social se han agravado en las últimas décadas como resultado de la desidia oficial. Esta situación
marca la vida de hombres y mujeres, y
limita de manera alarmante el desarrollo
integral, emocional y psicológico de
niños y jóvenes.
Las imágenes muestran el entorno físico
de El Moro y el modo en que lo perciben sus moradores, pero detrás de todo
eso está el entorno social y espiritual,
los valores humanos que, a fuerza de los
golpes de la vida, se van deteriorando y
enrareciendo a pasos agigantados.
Las intervenciones de los entrevistados
parecen ser breves y, en algunos casos,
cargadas de temores, que se presentan
cuando se está ante una cámara y se
conocen las represalias que pueden derivarse de expresar opiniones críticas.
Sin embargo, todas reflejan múltiples
aristas de la vida asfixiada por tanta
penuria en diversas generaciones.
Un joven afrodescendiente duda de su
futuro y de establecer una familia ante
los retos casi insalvables que presentaría. Yo, que nací, crecí y vivo en la zona, he podido conversar con él sobre
todo el peso que la vida le ha puesto
encima y sus contradicciones para organizar una familia coherente y ordenada.
Una de sus expresiones resulta elocuente. Sobre las perspectivas con que la
mayoría de los jóvenes analizan su vida
futura dice: “Yo mismo tengo veinte
años y no pienso, hasta ahora no he
pensado, tener hijos, porque ¿en qué
condiciones los voy a criar?”
La ultima señora que habló, y que a
veces parece que su mirada y su mente
se pierden en un horizonte difuso, se
expresa de manera crítica con el desaliento y la falta de perspectivas reflejados en su rostro, pero como soslayando,
a toda costa, las verdaderas causas del
problema y sus responsables con la genérica definición del Estado como principal responsable del desdén que los
somete a condiciones de vida escandalosas, en un país que, desde el inicio de
la revolución, se planteó entre sus objetivos fundamentales eliminar la marginalidad, al menos en el contexto habitacional.
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