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El tema de las desigualdades económicas, sociales y culturales adquiere cada día mayor espacio en la sociedad civil cubana, en medio de su creciente enfrentamiento contra el inmovilismo gubernamental y la lucha por la democratización del país y el respeto a los derechos humanos. En ese contexto, la reciente declaración del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos, rotas desde 1961, parece incluir un nuevo ingrediente que puede poner sobre el tapete todos estos temas con mayor fuerza. La reacciones iniciales entre los que apoyan ese paso, indudablemente protagonizado por la administración de Estados Unidos, y los que se oponen, han sido múltiples y diversas, en las últimas horas de esta edición. Algunos la consideran extemporánea y precipitada por la tozudez que ha venido mostrando el gobierno cubano en torno a los derechos humanos, su intransigencia en mantener un Estado totalitario y el evidente interés por prolongar el control del país a costa de la violación de los más elementales derechos civiles, políticos, sociales y 6 culturales de los cubanos. Otros ven en tales medidas una consecuente estrategia política del gobierno norteamericano, que no solo marca un paso positivo después de varias décadas de confrontación, sino que también coloca bajo presión la política interna y externa que ha venido desarrollando Cuba y que puede abrir nuevos espacios y oportunidades que los cubanos deben disponerse a aprovechar. A ello responde la inclusión a última hora de “La normalización de la brecha”, de Manuel Cuesta Morúa, quien reconoce lo positivo que pueden resultar las nuevas condiciones, pero reafirma que los verdaderos resultados y sus efectos están todavía por verse. Aquí nos ofrece breves reflexiones sobre la posible repercusión en la solución de algunos problemas que enturbian la confraternidad sociocultural cubana, específicamente relacionados con las desigualdades raciales. Durante décadas la propaganda revolucionaria ha insistido en que, a medida que se radicalizara el proceso revolucionario, la solución a este problema no se haría esperar. La realidad ha sido bien diferente y la brecha racial salió a flote con marcada fuerza a partir de la década del 90, como parte de profundización de la crisis y del inoperante andamiaje socioeconómico y político que se había defendido e impuesto. El autor alerta sobre la posibilidad de que las nuevas medidas anunciadas por el gobierno de EE. UU. puedan ahondar esa brecha, como ha ocurrido con otras implementadas con anterioridad y que, a pesar de su positiva intencionalidad, han repercutido con efectos diferenciadores en el panorama cubano, como la ampliación de las remesas familiares. Cuesta Morúa ofrece también algunas ideas y pasos que podrían darse para enfrentar esa posibilidad. Hasta el momento las llamadas reformas del gobierno, como apunta Cuesta Morúa en otro trabajo de anterior elaboración para esta edición: