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El regionalismo como estrategia política clase y género en Cuba y el mundo José Hugo Fernández Escritor y periodista La Habana, Cuba 26 L a pregunta se escucha con persistente regularidad en las calles y en las casas habaneras: ¿De dónde han salido tantos orientales como para copar La Habana sin que por ello se reporte una merma notable en la masa poblacional del oriente de la Isla? Sería difícil responder con una afirmación rotunda. En nuestro país no existen (o no están al alcance del público) estadísticas confiables sobre los movimientos migratorios internos. Tampoco creo que sea esta la primera ni la más importante de las preguntas que debiéramos formularnos en torno al tema. En definitiva, es natural que la pobreza y la falta de oportunidades precipiten a los provincianos hacia la capital, que también ha estado agobiada por los efectos de la crisis económica, pero sin que llegue a alcanzar los cotos de desesperación que campean en el interior. No menos natural resulta que en esos sitios la población se reproduzca como hierba silvestre, dadas las circunstancias de precariedad general en que vive. Tal vez más útil sea que nos preguntemos el motivo por el cual el éxodo de provincianos hacia la capital ha pasado de ser un fenómeno corriente y razonable, como lo era antes de 1959 y como lo es hoy en muchos otros países del mundo, para convertirse en una verdadera tragedia nacional, que no sólo afecta en grado sumo la estabilidad habitacional y las fuentes de ingreso de los capi- talinos, sino que coloca en niveles de mísera subsistencia a los emigrados del interior (orientales, negros y mestizos particularmente), al tiempo que los somete a un doble estigma: parias sin garantías para la existencia ni respaldo legal y discriminados por los propios conciudadanos, que no ven en ellos sino una amenaza que apunta hacia la agudización de sus problemas materiales, ya de por sí en estado crítico. Desde hace decenios, La Habana se ha venido ensanchando de forma desproporcionada y, además, con tintes dramáticos, pues en la misma medida que crece no dejan de aumentar sus limitaciones de infraestructura y sus problemas económicos y sociales. A la pobre gente del interior, y de manera muy marcada a los orientales, les ha tocado el rol más funesto, puesto que se ven obligados a emigrar, dejando atrás su suelo natal, para abrirse camino desde el fondo de la pobreza y el desamparo en una ciudad de por sí pobre y sin expectativas, así como a enfrentar la hostilidad regionalista y el egoísmo, quizás lógico, aunque no sea justo, de quienes ven en ellos la causa del agravamiento de sus propias desgracias. No haría falta consultar los mapas urbanísticos para saber que las oleadas de emigrantes terminan asentándose, mayoritariamente, en la periferia habanera, donde hoy por hoy hay cientos de pueblos, comunidades y villas miseria creados por ellos incluso en abierta actitud de desafío a las autoridades.