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del desarrollo, pero con criterios que lo vuelven material y políticamente imposible. Una persona informada y comunicada es mucho más libre y mucho más difícil de engañar y manipular. Sin embargo, al escuchar a Triana Cordoví, parece como si desconociera una realidad cotidiana: el poder —ya vacío de argumentos y razones— trata de sustentarse, y en gran medida lo consigue, en el absoluto control de la información para facilitar su política sobre la base de la manipulación, el ocultamiento, la mentira flagrante y los silencios interesados. En una sociedad informatizada esto sería muy difícil de sostener. Lo interesante es que los cubanos son cada vez más conscientes de su desamparo informático y sus consecuencias, por lo que a toda costa y riesgo enfrentan el problema con altos niveles de creatividad, que pueden resultar incomprensibles para el resto del mundo en el siglo XXI. Desde hace años y en distintas localidades del país, muchos se han dedicado a transmitir y vender, a través de conexiones alámbricas, las señales de canales internacionales, especialmente de la televisión hispana de La Florida. Los consumidores de esta vía alternativa son cada vez más. Esto ha significado una especie de “revolución cultural” que abre horizontes de información y conocimientos no solo sobre el mundo exterior, sino también sobre la realidad sociopolítica cubana y en contraste con lo que se ofrece en los espacios noticiosos oficiales. Todo ello es alarmante para el poder, que ha recurrido a una intensa dinámica represiva para tratar de acabar con lo que los cubanos popularmente simplifican como “el cable” o “la antena”. De aquí se saca una interesante enseñanza: casi medio siglo de monopolio informativo y adoctrinamiento no atrofia ni disminuye el ansia de nuevos horizontes de conocimientos consustancial al ser humano. Resulta evidente el creciente interés de la población, sobre todo los jóvenes, por el desarrollo y puesta en marcha de nuevas tecnologías, especialmente en el área informática. Cuba cuenta con alta proporción de profesionales, que cada vez con más frecuencia se ven obligados a desarrollar sus conocimientos en el sector privado, unas veces motivados por dificultades económicas y 16 otras, por la falta de equipos y tecnologías. En ambos casos se comprometen y obstaculizan el trabajo y el desarrollo del verdadero potencial en el sector estatal. La situación se agrava por el estricto y monopólico control oficial. Al dictarse doctrinas absurdas de qué hacer y no hacer con los equipos y tecnologías, las opciones del cubano de a pie son pocas. Resulta casi imposible, por ejemplo, adquirir un equipo de cómputo o algunos de sus periféricos en las cadenas de tiendas, como consecuencia de los precios elevados, la dudosa calidad de las ofertas y la muy pobre garantía comercial. Estamos situados ante lo prácticamente imposible: comprar y mantener esas tecnologías a precios del primer mundo con salarios y poder adquisitivo del cuarto mundo. Algo recurrente y desconcertante. Ya sucedió con los automóviles modernos o la construcción de viviendas por medios propios. Si los cubanos necesitan varias veces el monto de los recursos disponibles para solventar sus necesidades de alimentos, ¿cómo podrían adquirir y mantener el tan necesario parque tecnológico que es normal poseer en cualquier sociedad con parecidos niveles educacionales o intelectuales? El disfrute, desde la comodidad del hogar, de servicios como la conexión a un correo electrónico de intranet o la conexión a Internet, es totalmente imposible en Cuba. Incluso académicos e intelectuales “oficialistas y confiables” ven cada vez más limitados los pobres servicios de que disponen. El gobierno cubano ha emprendido una guerra perdida de antemano. Todos los poderes tratan de utilizar la tecnología para favorecer sus intereses, pero las autoridades cubanas prefieren luchar contra ella y esta opción se les hace cada vez más difícil y traumática, porque la tecnología se perfecciona y desarrolla continuamente y porque el ingenio humano —por fortuna— también se afina para enfrentar las represiones y atentados contra la libertad. Desde el 8 de septiembre de 1987, los Joven Club de Computación y Electrónica (JCCE) se constituyeron como red de centros tecnológicos con el supuesto objetivo de contribuir a la socialización e informatización de la sociedad cubana. No se cumplió con lo que pregonaban. Esos clubes sólo