Ideas Escrita Días de muertos | Page 38

Me siento flotando en un cuerpo vacío, como un vehículo sin conductor, sin rumbo y sin sentido. Martirizo mis pensamientos, tengo una sensación de alejamiento frío. Estoy cada vez más lejos. Por un instante, la gente que camina frente a mí se detiene por completo, mirándome fijamente. Sin dejar de hacerlo, apuntan con el dedo a la derecha. ¡Ahí está! Una puerta brillante, reluciente. La muerte toma mi mano con sus huesudos y fríos dedos. Yo, embelesada, camino con ella sin decir palabra, como una mosca hacia la miel o hacia la sangre. Mi respiración se hace más lenta, como un sollozo o un suspiro. Mi corazón enmudece. Trajes azules y naranjas se acercan presurosos. Gritos, voces, susurros y muerte dan un golpe fuerte sobre mi pecho, me levantan en brazos y al mismo tiempo colocan una máscara sobre la nariz: doy un respiro profundo a la vida. ¡La puerta radiante se aleja! La muerte, mientras tanto, me sujeta fuerte sin darse por vencida. Ella forcejea por unos instantes sin poder evitar la flaqueza. Mi atarantamiento no desaparece, a pesar del refrescante aliento que entra por esas mangueras. El mundo se vuelve más lejano, como las voces. Escucho preguntas de algo que no sucedió, algo inconcebible: un enano que insiste en llamarme madre y que llora sin parar acurrucado en un rincón, aunque nadie lo vea. Oigo los susurros de vecinos al salir. –De no ser por la fuga de gas y la ventana rota, nadie lo habría notado –dicen. Me había rendido al golpe de la muerte, pero me salvó un enano de dientes puntiagudos que se hace llamar Anabrio. Estoy en un mundo ausente, tenebroso, en una tumba con forma de pequeño n i c h o l l e n o d e h u e s o s r o í d o s , m o r d i s q u e a d o s , d e d o n d e probablemente nunca saldré. ¡Y ahora la recuerdo! Una feroz tamalera vestida de inocente vecina, sedienta de sangre, hambrienta de carne. ¡El corazón por fin se detiene! ¡Trágame, noche!, ¡trágame, ausencia!, ¡trágame, olvido! Y no me dejes volver.