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- 58 - Algo parecido sucedió después del almuerzo. Le tocaba el turno a la unidad de los Coyotes para limpiar la cocina. Gregorio no se apareció. El se deslizó tan pronto como terminó de almorzar y ni siquiera lavó sus propios platos. Platos sucios sobre la mesa significan puntos de menos, así que julio y Andrés lavaron los platos de Gregorio. Gregorio no dijo ni gracias. Después de la cena los Coyotes eran los encargados de hacer la fogata. Mientras los otros muchachos cargaban los pesados troncos, Gregorio arrancaba pedazos de corteza y se los tiraba a los otros muchachos. El señor Alonso le pidió varias veces que se uniera al grupo y trabajara con los demás muchachos. Gregorio le contestó la última vez: “Mire a ver si puede obligarme”. Eso fue el primer día. El segundo día empezó más o menos lo mismo. Gregorio regó pintura durante la clase de dibujo, y después del almuerzo, cuando los Coyotes tenían que recoger los papeles, el señor Alonso descubrió a Gregorio regando papeles. “Me tienes cansado”, le dijo el señor Alonso. Gregorio le contestó: “¡Magnífico!” “Lo que necesitas probablemente, es una buena zurra”, dijo el señor Alonso. “Ja, ja”, se rió Gregorio. “Usted me pone la mano encima y mi mamá le va a dar un problema que usted se va a arrepentir de haberle hecho. ¡Usted no puede hacerme nada!” Sus muecas eran superiores en ese momento. Estoy seguro que ustedes no quieren que este sea el fin de la historia. ¿No es cierto? Pero, de ahí en adelante, el señor Alonso no dijo nada. Pocos minutos mis tarde, Sonó el timbre para el periodo de descanso, y todos los Coyotes trataron de descansar, todos, excepto Gregorio, que saltaba en su cama, silbaba entre sus dedos y gritaba a través de la ventana a cualquier ardilla que pasaba. El señor Alonso no estaba en la caseta. Parece que estaba ocupado en otro lado. ¡Bien por Gregorio! De pronto se abrió la puerta y Gregorio miró para ver quién entraba. Allí estaban el señor Alonso y el señor Torres, el director del campamento. Gregorio les hizo una mueca. ‘‘Enrolla tu cama, Gregorio”, le mando’ el director, no había forma de desobedecerlo por la forma en que lo dijo. “julio, Andrés y Alejandro, ¿quieren por favor coger la maleta de Gregorio y sus zapatos extra? Luego vengan todos conmigo”. Las muecas de Gregorio parecieron helarse en su cara por unos momentos. Luego revivieron. “Ahora sí que he logrado molestar a los directores”. Gregorio enrolló su litera, luego todos siguieron al señor Torres. ¡Imagínense lo que es tener a tantos muchachos trabajando para uno! Era como ir de cacería en el África en los tiempos antiguos. [email protected]; [email protected]