Las grandes obras arquitectónicas definen el carácter de las ciudades y transmiten a sus habitantes lo que estas fueron en el pasado , lo que deseaban ser y en qué se han convertido . La convivencia entre lo nuevo y lo viejo no tiene por qué ser conflictiva , aunque en muchas urbes resulte así . No en Oporto , donde la arquitectura ya hizo historia , y donde continúa haciéndola . La ciudad más importante del norte de Portugal es famosa por sus vinos y bodegas ; la hermosa ribera del Duero , repleta de pequeños restaurantes y bares a un lado , y al otro de coloridas casas del siglo XVIII , algunas de ellas convertidas en bodegas ; sus decadentes y bohemios barrios viejos ; sus cafés y su gastronomía , y , en los últimos años , por su espíritu de renovación que la ha llenado de tiendas , galerías de arte y vida nocturna . También es célebre por su arquitectura . Los portuenses presumen del puente Luis I , una imponente construcción de hierro que domina el Duero desde 1886 ; la dieciochesca torre de los Clérigos , de 76 metros de altura ; la capilla de las Almas , revestida de azulejos ; la Sé , una catedral con aires de fortaleza construida entre los siglos XII y XIII ; la librería neogótica Lello e Irmão … Viejas y admirables glorias a las que se han unido en las últimas décadas edificios que representan lo mejor de la arquitectura contemporánea , convertida en un gancho turístico más . Buena parte de la responsabilidad de la transformación del antiguo Portus Cale de los romanos en una de las mecas globales de la edificación vanguardista corresponde a dos locales : Álvaro Siza Vieira ( 89 años ), y su discípulo Eduardo Souto de Moura ( 70 años ). Integrados en la corriente arquitectónica contemporánea llamada Escuela de Oporto ( creada por otro grande del oficio , Fernando Távora ), son los diseñadores de algunas de las construcciones que hacen de la ciudad lusa un museo al aire libre de arquitectura para el siglo XXI .
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