History, Wonder Tales, Fairy Tales, Myths and Legends Principales Leyendas, Mitos y Cuentos Chilenos | Page 81

Mientras la pequeña conmovía con su dolor y su sinceridad a los demás testigos de la escena, los cuatro acusados continuaban impasibles. Terminada la reconstitución del crimen, la familia García se retiró a su hogar con la desafortunada niña. Comenzaban su preocupación por el almuerzo, estaban en el comedor, cerca de las tres de la tarde, cuando sintieron un disparo; por momentos se miraron intranquilos. Instantes después se escuchó un segundo impacto. "Es Elvira", dijo la señora García. Y era ella, estaba tendida en su cama boca abajo, con una pistola en su mano derecha a la altura del pecho y, a un lado, un trozo de papel, una hoja de cuaderno, en la que había escrito esta frase trunca: "Hago esto ya que todo el mundo..." De temperamento sentimental y con un alto concepto del honor, desesperada por el atropello de que fue víctima, resolvió poner fin a sus días. El arma, marca "Sauer", era de propiedad del señor García, el que la mantenía descargada en su dormitorio, en el cajón del velador. La niña, le puso cinco balas. De los dos disparos, uno fue el fatal. Trasladada a la morgue se le certificaron demostraciones de violencia y se comprobó la acusación de violación. En su pecho y manchados con sangre emanada de sus heridas, se encontraron tres retratos, uno de don Angel García Agra, otro de su esposa, señora Pilar de García y un tercero de un marinero de Valparaíso. Este último tenía al reverso una dedicatoria: "Amor mío: aunque me creas loca voy a dejar de existir". Su protector se hizo cargo de los funerales, y solitario sepelio tuvo la niña-mártir. Sólo siete personas la acompañaron hasta el Cementerio Nº1, el 17 de marzo de 1937, en el viaje a su última morada; los siete componentes del cortejo llevaron a pulso el ataúd. Entre éstos iba su patrón, los agentes de Investigaciones Pedro Rojas, Gustavo Segura y José Aedo y los periodistas Ricardo Sepúlveda, Alfonso Jeria y Raúl Herrera. Al lado caminaba un sepulturero con una pala y un pico. Media hora demoraron en llegar a la sepultura temporal, situada a los pies del cerro. El ataúd quedó totalmente cubierto por la tierra que le lanzaba el panteonero y sobre el túmulo un ramo de flores depositado por los periodistas de "El Mercurio" de Antofagasta 81