HARRY POTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL Harry_Potter_y_la_Piedra_Filosofal_01 | Page 28
La mañana del domingo, tío Vernon estaba sentado ante la mesa del
desayuno, con aspecto de cansado y casi enfermo, pero feliz.
—No hay correo los domingos —les recordó alegremente, mientras ponía
mermelada en su periódico—. Hoy no llegarán las malditas cartas...
Algo llegó zumbando por la chimenea de la cocina mientras él hablaba y le
golpeó con fuerza en la nuca. Al momento siguiente, treinta o cuarenta cartas
cayeron de la chimenea como balas. Los Dursley se agacharon, pero Harry
saltó en el aire, tratando de atrapar una.
—¡Fuera! ¡FUERA!
Tío Vernon cogió a Harry por la cintura y lo arrojó al recibidor. Cuando tía
Petunia y Dudley salieron corriendo, cubriéndose la cara con las manos, tío
Vernon cerró la puerta con fuerza. Podían oír el ruido de las cartas, que
seguían cayendo en la habitación, golpeando contra las paredes y el suelo.
—Ya está —dijo tío Vernon, tratando de hablar con calma, pero
arrancándose, al mismo tiempo, parte del bigote—. Quiero que estéis aquí
dentro de cinco minutos, listos para irnos. Nos vamos. Coged alguna ropa. ¡Sin
discutir!
Parecía tan peligroso, con la mitad de su bigote arrancado, que nadie se
atrevió a contradecirlo. Diez minutos después se habían abierto camino a
través de las puertas tapiadas y estaban en el coche, avanzando velozmente
hacia la autopista. Dudley lloriqueaba en el asiento trasero, pues su padre le
había pegado en la cabeza cuando lo pilló tratando de guardar el televisor, el
vídeo y el ordenador en la bolsa.
Condujeron. Y siguieron avanzando. Ni siquiera tía Petunia se atrevía a
preguntarle adónde iban. De vez en cuando, tío Vernon daba la vuelta y
conducía un rato en sentido contrario.
—Quitárnoslos de encima... perderlos de vista... —murmuraba cada vez
que lo hacía.
No se detuvieron en todo el día para comer o beber. Al llegar la noche
Dudley aullaba. Nunca había pasado un día tan malo en su vida. Tenía
hambre, se había perdido cinco programas de televisión que quería ver y nunca
había pasado tanto tiempo sin hacer estallar un monstruo en su juego de
ordenador.
Tío Vernon se detuvo finalmente ante un hotel de aspecto lúgubre, en las
afueras de una gran ciudad. Dudley y Harry compartieron una habitación con
camas gemelas y sábanas húmedas y gastadas. Dudley roncaba, pero Harry
permaneció despierto, sentado en el borde de la ventana, contemplando las
luces de los coches que pasaban y deseando saber...
Al día siguiente, comieron para el desayuno copos de trigo, tostadas y
tomates de lata. Estaban a punto de terminar, cuando la dueña del hotel se
acercó a la mesa.
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