HARRY POTER Y LA PIEDRA FILOSOFAL Harry_Potter_y_la_Piedra_Filosofal_01 | Page 10
podrán explicárselo todo cuando sea mayor. Les escribí una carta.
—¿Una carta? —repitió la profesora McGonagall, volviendo a sentarse—.
Dumbledore, ¿de verdad cree que puede explicarlo todo en una carta? ¡Esa
gente jamás comprenderá a Harry! ¡Será famoso... una leyenda... no me
sorprendería que el día de hoy fuera conocido en el futuro como el día de Harry
Potter! Escribirán libros sobre Harry... todos los niños del mundo conocerán su
nombre.
—Exactamente —dijo Dumbledore, con mirada muy seria por encima de
sus gafas—. Sería suficiente para marear a cualquier niño. ¡Famoso antes de
saber hablar y andar! ¡Famoso por algo que ni siquiera recuerda! ¿No se da
cuenta de que será mucho mejor que crezca lejos de todo, hasta que esté
preparado para asimilarlo?
La profesora McGonagall abrió la boca, cambió de idea, tragó y luego dijo:
—Sí... sí, tiene razón, por supuesto. Pero ¿cómo va a llegar el niño hasta
aquí, Dumbledore? —De pronto observó la capa del profesor, como si pensara
que podía tener escondido a Harry.
—Hagrid lo traerá.
—¿Le parece... sensato... confiar a Hagrid algo tan importante como eso?
—A Hagrid, le confiaría mi vida—dijo Dumbledore.
—No estoy diciendo que su corazón no esté donde debe estar —dijo a
regañadientes la profesora McGonagall—. Pero no me dirá que no es
descuidado. Tiene la costumbre de... ¿Qué ha sido eso?
Un ruido sordo rompió el silencio que los rodeaba. Se fue haciendo más
fuerte mientras ellos miraban a ambos lados de la calle, buscando alguna luz.
Aumentó hasta ser un rugido mientras los dos miraban hacia el cielo, y
entonces una pesada moto cayó del aire y aterrizó en el camino, frente a ellos.
La moto era inmensa, pero si se la comparaba con el hombre que la
conducía parecía un juguete. Era dos veces más alto que un hombre normal y
al menos cinco veces más ancho. Se podía decir que era demasiado grande
para que lo aceptaran y además, tan desaliñado... Cabello negro, largo y
revuelto, y una barba que le cubría casi toda la cara. Sus manos tenían el
mismo tamaño que las tapas del cubo de la basura y sus pies, calzados con
botas de cuero, parecían crías de delfín. En sus enormes brazos musculosos
sostenía un bulto envuelto en mantas.
—Hagrid —dijo aliviado Dumbledore—. Por fin. ¿Y dónde conseguiste esa
moto?
—Me la han prestado; profesor Dumbledore —contestó el gigante, bajando
con cuidado del vehículo mientras hablaba—. El joven Sirius Black me la dejó.
Lo he traído, señor.
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