GUÍA QUIJOTES POR EL MUNDO Quijotes por el mundo (1) | Page 28

sátiro, y una larva o carátula, con que representaban antiguamente los histriones, que denotan el genio satírico y cómico del autor de Don Quixote ; en la parte inferior se ve también el río Henares representado por un viejo, con algunas de sus ninfas (p. xxii). 1.2 ¿Dónde quedó el texto del Quijote? ¿Qué texto del Quijote se ha de utilizar como fuente para una traducción, para dar a conocer por todo el mundo lo escrito por Cervantes? ¿Qué ediciones se han utilizado como base para el trabajo del traductor en cada época? ¿Hasta qué punto se ha leído a lo largo de los siglos lo que escribió Cervantes o lo que han interpre- tado diversos traductores, cuyas traducciones (en especial las francesas, inglesas y alemanas a lo largo de los siglos xvii y xviii) han sido el texto fuente de otras nuevas traducciones? Si los traductores constituyen una pieza esencial en la transmisión y universaliza- ción del Quijote, no podemos dejar en el olvido a los editores, a los filólogos. Son 27 los ejemplares que han sobrevivido al tiempo de los más de mil que constituyeron la tirada de la primera edición del Quijote, la que salió de las prensas madrileñas de Juan de la Cuesta en 1605, a costa del librero Francisco de Robles. Desde finales del siglo xix se ha tenido esta primera edición como texto base, pero ¿qué había sucedido antes? Será Vicente Salvá en 1829 el primero en defender la existencia de dos ediciones del Quijote en 1605: los impresos por Juan de la Cuesta «Con privilegio» (primera) y con «Con privilegio de Castilla, Aragón y Portugal» (segunda); esta última incor- porará numerosos cambios y modificaciones. De este modo, hasta mediados del siglo xix, las ediciones tomarán como texto base un ejemplar de la segunda edición creyendo que era de la primera, como así sucede con la edición de la RAE de 1780, impresa por Joaquín Ibarra, que se va a convertir en uno de los textos base para muchas de las traducciones del siglo xix. Por otra parte, no podemos olvidar que en 1608 se publicará una tercera reedi- ción de la primera parte del Quijote, impresa por Juan de la Cuesta, con numerosos cambios textuales. Juan Antonio Pellicer, responsable de la edición impresa por Ga- briel de Sancha entre 1797 y 1798, va a defender que estos cambios se deben a la mano de Cervantes, y será este el texto base de su edición, que, a su vez, será la base de algunas de las traducciones del Quijote durante el siglo xix. ¿Qué texto entonces leían los españoles o los extranjeros cuando se acercaron durante estos siglos a la obra cervantina? Y eso, sin olvidarnos de algunos desmanes editoriales, como sucede con una de las ediciones más utilizadas en el siglo xix y más alejadas del texto cervantino, que es la que imprime Eugenio Hartzenbusch en Argamasilla de Alba en 1863, que enmienda la obra hasta tal punto que, como indica Suñé en 1917, «corrigió y alteró el texto de tal modo que bien se puede llamar el Quijote de Hartzenbusch y no de (10) 26 i i 27