GUÍA QUIJOTES POR EL MUNDO Quijotes por el mundo (1) | Page 20
El Quijote es, como se suele repetir, la obra más traducida después de la Biblia.
Pero, ¿cuántas lenguas y culturas diversas se han acercado a la obra cervantina, a
las aventuras escritas por Cervantes a principios del siglo xvii y protagonizadas
por don Quijote y Sancho Panza? ¿En qué momento y por qué circunstancias se im-
pulsó la traducción del Quijote en una determinada lengua? ¿Cuál fue el texto y la
lengua de origen de muchas de las traducciones?
El Quijote ha sido traducido, completo o parcialmente, a 145 glotónimos, de acuer-
do con lo indicado por los propios traductores sin considerar si tales glotónimos
hacen referencia a lenguas, dialectos o alguna variedad lingüística conocida. No hay
texto de ficción que pueda comparársele. Y lo ha sido desde 1612 hasta nuestros
días. Y lo sigue haciendo incluso en estos momentos en que estoy escribiendo estos
apuntes para un viaje literario.
Por primera vez, el particular viaje por la recepción mundial del Quijote, una
de las claves que permite explicar su transformación en un mito universal, se re-
fleja en un mapa de las traducciones con referencias no solo a su ubicación geo-
gráfica –no siempre fácil de delimitar en el complejo universo lingüístico- sino
también a las fechas de su realización, desde el siglo xvii hasta el xxi. Un mapa
que se reproduce en un desplegable encartado en esta edición, y que da cuenta
tanto de las traducciones (totales o parciales) del Quijote, como de las adaptacio-
nes infantiles y juveniles, primera piedra para el éxito editorial de la obra. Estos
145 glotónimos se reducen a 58 si hablamos de traducciones completas de la
obra cervantina (y de ellas, 50 lo han hecho a partir del texto en español).
1.1 Primeras traducciones, primeras lecturas
El Quijote estaba llamado a ser un best seller. Con esta idea lo financió el librero
Francisco de Robles y con esta idea, seguramente, Cervantes lo escribió. La segunda
edición que a escasos meses se hizo en 1605 en la imprenta regentada por Juan de
la Cuesta y las reediciones piratas en Lisboa y Valencia de este mismo año muestran
el éxito de esta propuesta. Pero sin las traducciones, sin la repercusión de Cervantes
en tierras europeas, el Quijote no hubiera alcanzado la trascendencia que hoy nadie
le discute, y así lo destaca Prosper Mérimée en su Notice historique sur la vie et les
ouvrages de Cervantes (París, 1826):
Cervantes debe gran parte de su fama a sus traductores, y sus
compatriotas, que durante mucho tiempo le consideraban solo un
prosista elegante y amanerado, se dieron cuenta de que era su mejor
escritor cuando Europa entera así lo proclamó.
La traducción como tema también estará presente en el Quijote, y lo hará en uno
de los episodios más geniales de la segunda parte, que se narra en el capítulo 62.
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Aquí se imprimen libros. Encima de la puerta de una imprenta, en letras muy
grandes lee don Quijote este cartel en Barcelona. Y entonces uno de los perso-
najes más famosos nacido de los tipos móviles (que a su vez se construye a ima-
gen y semejanza de sus héroes caballerescos de papel) se adentra dentro de una
imprenta. Allí conoce a un traductor que está para comprobar que componen
bien Los juguetes, su traducción de la obra toscana Le bagatele, que le permite
hablar de la traducción en estos términos:
me parece que el traducir de una lengua en otra, como no sea de las
reinas de las lenguas, griega y latina, es como quien mira los tapices
flamencos por el revés, que, aunque se ven las figuras, son llenas de
hilos que las escurecen, y no se ven con la lisura y tez de la haz
(DQ, II, cap. 62).
Cervantes gozó de un enorme éxito en Europa gracias a las traducciones, y no
solo el Quijote. La Galatea, su particular libro de pastores publicado en Alcalá de He-
nares en 1585, y las Novelas ejemplares de 1613 serán también piedras sobre las que se
asentará su fama de narrador a lo largo y ancho de Europa. En la «Aprobación» en
la segunda parte del Quijote, firmada por el licenciado Márquez Torres en Madrid el
27 de febrero de 1615, reproduce una curiosa anécdota de cómo era leído Cervantes
en el París de aquellos años:
Certifico con verdad que en veinte y cinco de febrero d’este año de
seiscientos y quince, habiendo ido el ilustrísimo señor don Bernardo
de Sandoval y Rojas, cardenal arzobispo de Toledo, mi señor, a pagar
la visita que a Su Ilustrísima hizo el embajador de Francia, que
vino a tratar cosas tocantes a los casamientos de sus príncipes y los de
España, muchos caballeros franceses, de los que vinieron acompañando
al embajador, tan corteses como entendidos y amigos de buenas letras,
se llegaron a mí y a otros capellanes del cardenal mi señor, deseosos de
saber qué libros de ingenio andaban más validos; y tocando acaso en
este que yo estaba censurando, apenas oyeron el nombre de Miguel de
Cervantes, cuando se comenzaron a hacer lenguas, encareciendo la
estimación en que, así en Francia como en los reinos sus confinantes, se
tenían sus obras: la Galatea, que alguno d’ellos tiene casi de memoria la
primera parte d’esta, y las Novelas.
Y la anécdota (que la crítica cree que fue escrita o al menos leída por el propio
Cervantes) tiene una función: no solo destacar su fama como escritor sino también
la de mostrar la injusticia de su situación económica. Para «censura, un poco largo»,
sin duda, pero llena de noticias dignas de ser recordadas.
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