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La sobreexplotación de los recursos naturales genera una mayor penuria en las comunidades locales que dependen de ellos y alimenta un círculo vicioso imparable ya que obliga a estas poblaciones a incrementar la presión sobre el medio o a ampliarla hacia otras zonas donde los recursos se conservan mejor.
En la guerra de Camboya el régimen de los Jemeres Rojos impulsó la explotación del bosque para financiar los gastos de sus campañas y permitir la extensión de los cultivos lo que supuso la destrucción, irreversible en la práctica, de cerca de un tercio de los bosques del país.
Las situaciones más graves son las causadas por los grandes movimientos de población que provocan la ocupación incontrolada de nuevos territorios y un incremento de la presión sobre el medio susceptible de producir su degradación. En Darfur, por ejemplo, los refugiados han intentado poner en cultivo superficies no aptas para ello generando una fuerte erosión del suelo y favoreciendo el avance del desierto (lo que, a su vez, ha agravado aún más la situación de los afectados).
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Los animales en los bosques de Chernóbil, por ejemplo, tienen altos niveles de cesio y los científicos esperan que la contaminación permanezca de esa forma durante décadas. Las mutaciones genéticas y la enfermedad en las generaciones de animales y humanos también ocurrirían después de la contaminación. Al igual que los supervivientes humanos de las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, las aves y los mamíferos en Chernóbil tienen cataratas en los ojos y el cerebro más pequeño. Muchas de las aves tienen espermatozoides malformados. En las zonas más radiactivas, hasta un 40 por ciento de las aves macho son estériles, sin espermatozoides o sólo unos cuantos espermatozoides muertos en sus tractos reproductivos durante la temporada de reproducción. Tumores, presumiblemente cancerosos, son evidentes en algunas aves en zonas de alta radiación. Así son anormalidades del desarrollo en algunas plantas y los insectos