El Slow food propone conjugar el placer y la reivindicación del derecho al disfrute por parte de todos con un doble sentido: una actitud que Slow Food ha llamado «ecogastronomía», capaz de unir el respeto y el estudio de la cultura enogastronómica con el apoyo a cuantos en el mundo se ocupan de defender la biodiversidad agroalimentaria.