Nosotras
Sara Beiztegi
Caminando con el Arte
E
l mundo se había vuelto del
revés, parecía estar dentro de
un cuadro surrealista o en una
película o en un sueño del que quieres
despertar, y lo único que puedes hacer
es esperar que las cosas cambien por
sí solas, porque tú ya lo has intentado
todo. Es en ese momento, en el que ya
no puedes más, que salta un resorte
dentro de ti que dice “No hay más
camino, ¡hasta aquí o el abismo!”.
Fue un momento tremendamente
difícil, dejar la familia, el trabajo, mi
casa, mis amigxs… a cambio, encontrar una casa grande, una gran familia,
tiempo para mí y un camino por
recorrer. Para acompañarme en este
camino llevaba conmigo “mi caja y bártulos de pintura”. Hacía tan solo unos
meses que había retomado mi afición
infantil de colorear todo lo que se ponía
delante y ahora, iba a aprovechar esta
oportunidad postergada por las mil y
una funciones que desarrollamos las
esposas, madres, hijas…
Esta vez sabía que en un mundo
nuevo, que por nuevo te parece hostil,
el punto de color y esperanza lo iba a
poner yo con mis pinturas.
A mi llegada a Madrid, lo primero
que hice fue buscar un taller de pintura,
no imaginaba entonces a dónde me
llevaría seguir tal impulso. El color
empezó a llenar todos mis espacios.
Me atrapó de tal forma que cuando las
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noches se hacían interminables, mis
aliados, los pinceles, parecían cobrar
vida como en los cuentos infantiles.
Me acompañaron en mi destierro
primero, y en mi nueva vida después.
Así comenzó mi Etapa de Sanación
Aquella afición empezó a cobrar
fuerza, la inmersión en el color era
un bálsamo para mis heridas y así me
encontré caminando por un sendero
de luz y color. Al principio eran pasos
titubeantes, pintaba aquello que me
atraía, después pasé a pintar los retratos
de mis hijas cuando eran pequeñas,
fue una experiencia extraordinaria, me
encontré hablando con ellas de niñas y
dedicándoles la atención a ese momento que me hubiese gustado rescatar del
pasado. En cierta manera lo hice.
El Color: Recuerdo que en una
ocasión explicaba a una amiga mi
reciente hábito de vestir de Blanco o
Negro - creo que lo hago porque tengo
demasiado color almacenado en la
retina - sin embargo, con el paso del
tiempo, hoy me doy cuenta que, sin yo
saberlo, estaba exteriorizando mi duelo
al vestir de esa manera.
En otra ocasión, Ana María Pérez del
Campo, a la que le debo en gran medida
mi nueva vida, me llamó y me ofreció
hacer una exposición en el Ministerio
de Igualdad. Era algo extraordinario,
sólo pensarlo se me venía el cielo
encima, y curiosamente, así fue, todas
las Diosas, una a una con sus colores,
sus símbolos, su olvido, fueron pasando
ante mis ojos, mis días y mis noches.
Al cabo de unos meses de un trabajo
incansable todo el elenco de “Sin Norte
Ni Diosas” fue colgado en la Calle Alcalá de Madrid. Esta etapa me ayudó a
romper con mis recurrentes monólogos
mentales. A esta fase la llamo Empoderamiento.
Me quedaba algo por hacer, había
iniciado un camino, un camino que
debía llevarme mas allá, un camino de
compromiso, de aunar fuerzas con otras
mujeres que luchaban por la Igualdad.
No podía quedarme con la sola idea de
que el arte colmara mis vacíos, había conocido a mujeres que creían y luchaban
por los derechos de todas las mujeres.
Yo me forjé con ellas. Así fue cómo
Julia Pérez, una gran amiga de Concha
Mayordomo y mía, nos puso en contacto al ver nuestras afinidades.
Nos entendimos a la primera. Nos
faltó tiempo para llegar a imaginar el
proyecto: tenía que ser un grupo de
mujeres artistas, sí, mujeres con perspectiva de género, mujeres valientes
y comprometidas, sí y podríamos
pedir a Ana María que fuese nuestra
Presidenta Honoraria y le diríamos a
Rosa San Segundo que nos apoyase con
su Instituto… bueno, bueno, aquello
fue apoteósico… casi tanto como la
presentación en sociedad en Alcalá de
Henares del Col X