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Juan Muñoz Martín
Fray Perico y su borrico
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¡Alabad, todos los animales, al Señor!
Aquella noche, fray Perico durmió en el gallinero, donde más de trescientas
gallinas blancas, negras, grises y de todos los colores dormitaban con la cabeza
debajo del ala. Los gallos dormían en lo alto, arrogantes como mandarines
chinos, y los pollos en los cestos, tapados con mantas.
A eso de medianoche, los cánticos de los frailes llegaron desde la capilla
hasta el humilde corral. Los salmos de los religiosos cobraban una nueva vida al
escucharlos desde el calorcillo del gallinero. La letra inmóvil y muerta de los
libros amarillentos revivía, como revive con el sol la savia de los troncos
aletargados:
-¡Alabad, todos los animales, al Señor! ¡Alábenle, todas las aves que pueblan
la tierra!
Fray Perico escuchaba los salmos de sus hermanos, monótonos e insistentes:
-¡Alabadle, alabadle todos los que tenéis plumas!
El fraile levantó la cabeza, recorrió con su mirada todos aquellos perezosos
animales que dormían a pierna suelta, bien comidos y bebidos como estaban,
sin importarles un ardite los salmos, ni las alabanzas a su Señor, ni los ruegos
de los frailes; y no pudo aguantar más. Asió una estaca y, a estacazo limpio,
despertó a pollos, gallinas y gallos, gritando:
-¡Hale, gandules! ¿No oís cómo os llaman? ¡Vamos todos a alabar al Señor!
Fray Perico abrió la puerta del gallinero y toda la turba alada salió en confuso
tropel al corral. Y de allí, el fraile, con su vara, la encaminó hacia la puerta de la
iglesia.
En un santiamén el recinto se llenó de gallos y gallinas, de pollos, de patos,
gansos y pavos, ante la mirada estupefacta de los frailes, que se quedaron con el
salmo a medio terminar.
Fray Balandrán, al ver invadidas sus posesiones, tomó el apagavelas y
sacudió estopa a las aves más atrevidas. Los demás hermanos las espantaban
como podían, saltando por encima de los bancos, y pronto el aire se llenó de
plumas, de cacareos, de kikirikíes, de graznidos, de rebuznos y de coces, pues a
fray Calcetín le picó un gallo en la cabeza y el asno dio un par de coces que
rompió un reclinatorio. A fray Bautista se le instalaron tres gallos en el fuelle, y
cada vez que apretaba salía un gallo por un tubo. Fray Sisebuto se espantaba las
gallinas como si fueran moscas, y al padre superior le hizo caca una en el
hombro derecho.
Sin embargo, no se enfadó, pues observó la cara de satisfacción que tenía el
santo, todo rodeado de picos, crestas, patas y plumas, y ordenó que siguiera el
rezo del hermoso salmo:
-¡Adorad al Señor, aves del cielo y de la tierra, cantadle y ensalzadle para
siempre!
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