Pero la gran expectativa bélica estaba puesta en la campaña contra el turco, en la
que el Imperio español cifraba la continuidad de su dominio y hegemonía en el
Mediterráneo. Diez años antes, España había perdido en Trípoli cuarenta y dos
barcos y ocho mil hombres. En 1571 Venecia y Roma formaban, con España, la
Santa Alianza, y el 7 de octubre, comandadas por el hermanastro bastardo del rey
de España, Juan de Austria, las huestes españolas vencieron a los turcos en la
batalla de Lepanto. Fue la gloria inmediata, una gloria que marcó a Cervantes, el
cual relataría muchos años después, en la primera parte del Quijote, las
circunstancias de la lucha. En su transcurso recibió el escritor tres heridas, una
de las cuales, si se acepta esta hipótesis, inutilizó para siempre su mano izquierda
y le valió el apelativo de «el manco de Lepanto» como timbre de gloria.
El cautiverio en Argel
A poco de zarpar, la goleta se extravió tras una tormenta que la separó del resto
de la flotilla y fue abordada, a la altura de Marsella, por tres corsarios berberiscos
al mando de un albanés renegado de nombre Arnaute Mamí. Tras encarnizado
combate y la consiguiente muerte del capitán cristiano, los hermanos cayeron
prisioneros. Las cartas de recomendación salvaron la vida a Cervantes, pero
serían, a la vez, la causa de lo prolongado de su cautiverio: Mamí, convencido de
hallarse ante una persona principal y de recursos, lo convirtió en su esclavo y lo
mantuvo apartado del habitual canje de prisioneros y del tráfico de cautivos
corriente entre turcos y cristianos. Esta circunstancia y su mano lisiada lo
eximieron de ir a las galeras.
El Quijote
En 1605, a principios de año, apareció en Madrid El ingenioso hidalgo don Quijote
de La Mancha. Su autor era por entonces un hombre enjuto, delgado, de cincuenta
y ocho años, tolerante con su turbulenta familia, poco hábil para ganar dinero,
pusilánime en tiempos de paz y decidido en los de guerra. La fama fue inmediata,
pero los efectos económicos apenas se hicieron notar. Cuando en junio de 1605
toda la familia Cervantes, con el escritor a la cabeza, fue a la cárcel por unas
horas a causa de un turbio asunto que sólo tangencialmente les tocaba (la muerte
de un caballero asistido por las mujeres de la familia, ocurrida tras ser herido
aquél a las puertas de la casa), don Quijote y Sancho ya pertenecían al acervo
popular.