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cualquier cosa...”
“Ud. sabe, Caeiro”, dijo F[ernando],
reflexionando: “ud. está elaborando una filosofía
más o menos contraria a lo que ud. piensa y siente.
Ud. está haciendo una especie de kantismo suyo –
creando una piedra-noúmeno, una piedra-en-sí.
Voy a explicar, voy a explicar...” Y pasó a explicar la
tesis kantiana y cómo lo que Caeiro dijera se
conformaba más o menos con ella. Después indicó
la diferencia; o lo que, a su manera de ver, sería la
diferencia: “Para Kant esos atributos – peso,
tamaño (no realidad) – son conceptos impuestos a
la piedra-en-sí por nuestros sentidos, o, mejor
dicho, por el hecho de que observamos. Ud. parece
indicar que esos conceptos son tan cosas como la
propia piedra-en-sí. Ahora bien, esto es lo que
vuelve su teoría difícil de comprender, mientras
que la de Kant, verdadera o falsa, es perfectamente
comprensible.”
Mi maestro Caeiro oyó esto con la mayor
atención. Una y otra vez guiñó los ojos, como si
tuviera sueño, para sacudirse las ideas. Y, después
de pensar un rato, respondió:
“Yo no tengo teorías. Yo no tengo filosofía. Yo
veo, pero no sé nada. Llamo a una piedra una
piedra, para distinguirla de una flor o de un árbol;
en fin, de todo lo que no sea piedra. Ahora bien,
cada piedra es diferente de otra piedra, pero no por
no ser piedra, sino por tener otro tamaño y otro
peso y otra forma y otro color. Y también por ser
otra cosa. Llamo a una piedra y a otra piedra (a
ambas) piedras, porque son parecidas una con la
otra en esas cosas que nos hacen llamar piedra a
una piedra. Pero en verdad nosotros deberíamos
darle a cada piedra un nombre diferente y propio,
como se hace con los hombres; esto no se hace
porque sería imposible encontrar tantas palabras,
pero no porque sea un error...”
F[ernando] P[essoa] lo interrumpió: “Dígame
una cosa, para aclarar todo esto: ¿ud. admite una
'piedredad', por decirlo así, al igual que admite un
tamaño y un peso? Así como ud. dice “esta piedra
es más grande – es decir, tiene más tamaño – que
aquélla, o “esta piedra tiene más peso que
aquélla”, ¿diría ud. también “esta piedra es más
piedra que aquélla”? o, en otras palabras, “esta
piedra tiene más 'piedredad' que aquélla?”
“Sí, señor” respondió de inmediato mi
maestro. “Estoy preparado para decir, “esta piedra
es más piedra que aquélla”. Y estoy dispuesto a
decir esto si ella fuera más grande que la otra, o
tuviera más peso, porque el tamaño y el peso son
necesarios a una piedra para que sea piedra... o,
sobre todo, si ella tuviera enteramente más que
otra todos los atributos, como ud. los llama, que
una piedra debe tener para que sea piedra”.
“Y cómo llama ud. a una piedra que ve en un
sueño?” y F[ernando] sonrió.
“La llamo un sueño”, dijo mi maestro Caeiro.
“La llamo un sueño de una piedra”.
“Comprendo” y F[ernando] asintió. “Ud. –
como se diría filosóficamente – no distingue la