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[Trad. para espanhol]
Una de las conversaciones más interesantes en que
participó mi maestro Caeiro fue aquella, en Lisboa,
en la que estábamos todos los del grupo y en la
que por un azar del diálogo se discutió el concepto
de Realidad.
Si no me equivoco, al recordar, esa parte de la
conversación comenzó por una observación
marginal de F[ernando] P[essoa] a algo que se
había dicho. La observación fue la siguiente: “En el
concepto de Ser no caben partes ni gradaciones;
una cosa es o no es”.
“No sé si será exactamente así”, objeté yo.
“Hay que analizar ese concepto de ser. Me parece
que éste corresponde a una superstición
metafísica, al menos hasta cierto punto...”
“Pero el concepto de Ser ni siquiera es susceptible
de análisis”, respondió F[ernando] P[essoa]. “Su
indivisibilidad comienza ahí.”
“El concepto no lo será”, repliqué, “pero su
valor sí lo es.”
F[ernando] respondió: “Pero ¿cuál es el 'valor'
de un concepto independientemente del propio
concepto? Un concepto, es decir, una idea abstracta
no es susceptible de más ni menos, y, por lo tanto,
no es susceptible de valor, que es siempre una
cuestión de más o menos. Puede existir valor en el
uso o en la aplicación; pero ese valor es del uso o
de la aplicación y no del concepto en sí mismo”.
En este punto interrumpió mi maestro Caeiro,
que estuvo oyendo en gran medida con los ojos
esta discusión remota. “Donde no puede haber
más ni menos no hay nada.”
“¿Cómo fue? ¿por qué?” preguntó F[ernando].
“Porque todo lo que es real puede ser más o
menos, y salvo lo que es real nada puede existir.”
“Dé un ejemplo, Caeiro”, le dije.
“La lluvia”, respondió mi maestro. “La lluvia
es una cosa real. Por eso puede llover más y puede
llover menos. Si ud. me dijera: 'esta lluvia no puede
ser más y no puede ser menos', respondería yo,
'entonces esa lluvia no existe'. Salvo, claro está,
que ud. quiera decir la lluvia tal y como es en ese
momento: esa es realmente la que es, y si fuera
más o menos, sería otra. Pero yo quiero decir otra
cosa...”
“Está bien, comprendí perfectamente”, lo
interrumpí.
Antes de que yo prosiguiera, para decir ya no
sé qué, F[ernando] P[essoa] se dirigió hacia Caeiro:
“Dígame ud. una cosa” (y apuntó con el cigarrillo):
“¿cómo considera ud. un sueño? ¿Un sueño es real
o no?”
“Considero un sueño como considero una
sombra”, respondió Caeiro inesperadamente, con
su acostumbrada prontitud divina. “Una sombra es
real, pero es menos real que una piedra. Un sueño
es real – si no, no sería un sueño – pero es menos
real que una cosa. Ser real es ser así”.
F[ernando] P[essoa] tiene la ventaja de vivir
más en las ideas que en sí mismo.