Crítica:
House Of Cards: “dos tablas para el puente”.
La plataforma de streaming Netflix no ha escatimado esfuerzos para lograr un producto de excelente acabado que cuenta además con actores y directores de primera fila y que impresiona desde su brillante puesta en escena. En ella se nos muestra un poderoso contraste de lentos movimientos de cámara captando imágenes aceleradas al compás de una música de tiempo igualmente rápido, una significativa ausencia de figuras humanas y unas vistas desde todo tipo de ángulos. No obstante, si bien la factura es verdaderamente admirable, bajo esta bruñida superficie House Of Cards esconde algunos déficits que le impiden ser la gran serie que podría haber sido.
La trama se centra en el congresista Frank Underwood y sus retorcidas estrategias para medrar políticamente tras un desengaño que tiene lugar en el primer capítulo y que lo espolea hasta límites que sobrepasan cualquier consideración ética. Junto a él, su fría y ambiciosa esposa Claire está también decidida a conseguir que las aspiraciones de ambos lleguen a buen puerto, sin importar los medios que tengan que utilizar para ello. La tercera en discordia es Zoe Barnes, joven y atractiva periodista que, a cambio de beneficios profesionales, ayuda a Frank en su plan, pese a no tener ni idea de en qué consiste.
Sin embargo, a pesar de todo lo bueno que tiene esta serie, a medida que pasa el tiempo se vuelve muy lenta y tediosa. En ocasiones, pueden pasar 3 capítulos en resolver un solo dilema. Definitivamente, eso es lo que cambiaría de la serie, quitarle la unidireccionalidad, para así darle más dinamismo y enganchar al televidente. ¿Y de qué forma? Mezclando todas las sensaciones que puede contemplar una serie, amor, odio, traición, intriga, suspenso y emoción, ingredientes vitales que entregan esperanza a encontrar vida y ayuda en una serie, provocando de esta forma adicción al receptor.
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