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OPINIÓN
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Relación médico-paciente
Dr. Hernán Sudy Pinto
Vicepresidente del Consejo
Regional Arica.
Contemplada desde fuera, la relación entre el médico y el
enfermo adopta en el mundo actual formas muy distintas, como
el consultorio privado, la sala del
hospital, el consultorio público
de una institución asistencial socializada, el campo de batalla, y
tantas más. El enfermo por otra
parte, puede haber elegido libremente el médico o ser atendido
por el que le haya asignado la
organización política, administrativa o laboral a que pertenece.
Por debajo de tales diferencias,
¿posee aquella relación un fundamento común? Yo creo que sí,
puesto que ya sea personalista o
socialista el modo de entenderla,
hállese regida por el libre contrato entre dos personas o por las
ordenanzas de una organización
asistencial, la vinculación entre el
médico y el paciente tiene como
fundamento, cuando es correcta,
la amistad entre ellos, más precisamente un modo de amistad, “la
amistad médica”, en el cual uno
de los amigos, el médico pone su
voluntad de ayuda técnica, y el
otro, el enfermo, su confianza en
la medicina y en el médico que le
atiende.
Mas esta relación entre
el médico y el enfermo es un proceso simple y a la vez complejo.
Simple porque lo que quiere el
enfermo es recuperar la salud y
el médico hacer efectiva su vocación terapéutica; pero es a la
vez complejo porque esta relación tiene componentes de conocimiento, afectivos, operativos
y éticos. Lo primero que ocurre
en este encuentro es que ambos,
médico y enfermo se miran entre sí, lo que es en su esencia un
conato de objetivación recíproca,
una pugna entre dos libertades
en la cual cada una trata de convertir a la otra en puro objeto de
observación. La mirada del enfermo se hace entonces exigente,
objetivante y hasta retadora, pero
no siempre es así. Cuando el enfermo confía en el médico, suele
acercarse a él con una mirada
de petición, viendo en él una realidad capaz de ayuda y de esperanza. Por su parte, la mirada del
buen médico suele expresar tres
intenciones: una envolvente, que
procura un ámbito de refugio a la
existencia menesterosa del paciente, que debe ser sentida por
éste como una mirada-regazo. La
segunda intención es inquisitiva,
dirigida tanto al conjunto y a los
detalles del cuerpo del enfermo,
a través de los signos expresivos
de éste, tanto como al interior de
su alma, al mundo invisible de
sus pensamientos y sus intenciones conscientes e inconscientes.
La tercera es de carácter objetivante, percibiendo la realidad objetiva del enfermo y dando algo a
la persona que tiene al frente, un
mirar que no sea sólo la inspección semiológica y que tenga en