atribuirnos el mérito de lo que logramos pero preferimos confesarnos «esclavos de las
circunstancias» cuando nuestros actos no son precisamente gloriosos.
Despachemos con viento fresco al pelmazo de Pepito Grillo: la verdad es que
me ha resultado siempre tan poco simpático como aquel otro insecto detestable, la
hormiga de la fábula que deja a la locuela cigarra sin comida ni cobijo en invierno sólo
para darle una lección, la muy grosera. De lo que se trata es de tomarse en serio la
libertad, o sea de ser responsable. Y lo serio de la libertad es que tiene efectos
indudables, que no se pueden borrar a conveniencia una vez producidos. Soy libre de
comerme o no comerme el pastel que tengo delante; pero una vez que me lo he
comido, ya no soy libre de tenerlo delante o no. Te pongo otro ejemplo, éste de
Aristóteles (ya sabes, aquel viejo griego del barco en la tormenta): si tengo una piedra
en la mano, soy libre de conservarla o de tirarla, pero si la tiro a lo lejos ya no puedo
ordenarle que vuelva para seguir teniéndola en la mano. Y si con ella le parto la crisma
a alguien... pues tú me dirás. Lo serio de la libertad es que cada acto libre que hago
limita mis posibilidades al elegir y realizar una de ellas. Y no vale la trampa de esperar
a ver si el resultado es bueno o malo antes de asumir si soy o no su responsable.
Quizá pueda engañar al observador de fuera, como pretende el niño que dice «¡yo no
he sido!», pero a mí mismo nunca me puedo engañar del todo. Pregúntaselo a
Gloucester... ¡o a Pinocho!
De modo que lo que llamamos «remordimiento» no es más que el
descontento que sentimos con nosotros mismos cuando hemos empleado mal la
libertad, es decir, cuando la hemos utilizado en contradicción con lo que de veras
queremos como seres humanos. Y ser responsable es saberse auténticamente libre,
para bien y para mal: apechugar con las consecuencias de lo que hemos hecho,
enmendar lo malo que pueda enmendarse y aprovechar al máximo lo bueno. A
diferencia del niño malcriado y cobarde, el responsable siempre está dispuesto a
responder de sus actos: «¡Sí, he sido yo!» El mundo que nos rodea, si te fijas, está
lleno de ofrecimiento para descargar al sujeto del peso de su responsabilidad. La culpa
de lo malo que sucede parece ser de las circunstancias, de la sociedad en la que
vivimos, del sistema capitalista, del carácter que tengo (¡es que yo soy así!), de que
no me educaron bien (o me mimaron demasiado), de los anuncios de la tele, de las
tentaciones que se ofrecen en los escaparates, de los ejemplos irresistibles y
perniciosos... Acabo de usar la palabra clave de estas justificaciones: irresistible.
Todos los que quieren dimitir de su responsabilidad creen en lo irresistible, aquello
que avasalla sin remedio, sea propaganda, droga, apetito, soborno, amenaza, forma de
ser... lo que salte. En cuanto aparece lo irresistible, ¡zas!, deja a uno de ser libre y se
convierte en marioneta a la que no se le deben pedir cuentas. Los partidarios del
autoritarismo creen firmemente en lo irresistible y sostienen que es necesario prohibir
todo lo que puede resultar avasallador: ¡una vez que la policía haya acabado con
todas las tentaciones, ya no habrá más delitos ni pecados! Tampoco habrá ya libertad, claro, pero el que algo quiere, algo le cuesta... Además ¡qué gran alivio, saber que si
todavía queda por ahí alguna tentación suelta la responsabilidad de lo que pase es de
quien no lo prohibió a tiempo y no de quien cede a ella!
¿Y si yo te dijera que lo «irresistible» no es más que una superstición,
inventada por los que le tienen miedo a la libertad? ¿Que todas las instituciones y
teorías que nos ofrecen disculpas para la responsabilidad no nos quieren ver más
contentos sino sabernos más esclavos. Que quien espera a que todo en el mundo sea
como es debido para empezar a portarse él mismo como es debido ha nacido para
mentecato, para bribón o para las dos cosas, que también suele pasar? ¿Que por
muchas prohibiciones que se nos impongan y muchos policías que nos vigilen
siempre podremos obrar mal —es decir, contra nosotros mismos— si queremos? Pues
te lo digo, te lo digo con toda la convicción del mundo.
Un gran poeta y narrador argentino, Jorge Luís Borges, hace al principio de
u no de sus cuentos la siguiente reflexión sobre cierto antepasado suyo: «Le tocaron,
como a todos los hombres, malos tiempos en que vivir.» En efecto, nadie ha vivido
nunca en tiempos completamente favorables, en los que resulte sencillo ser hombre
y llevar una buena vida. Siempre ha habido violencia, rapiña, cobardía, imbecilidad
(moral y de la otra), mentiras aceptadas como verdades porque son agradables de oír...
A nadie se le regala la buena vida humana ni nadie consigue lo conveniente para él
sin coraje y sin esfuerzo: por eso virtud deriva etimológicamente de vir, la fuerza viril
del guerrero que se impone en el combate contra la mayoría. ¿Te parece un auténtico
fastidio? Pues pide el libro de reclamaciones... Lo único que puedo garantizarte es que
nunca se ha vivido en Jauja y que la decisión de vivir bien la tiene que tomar cada cual
respecto a sí mismo, día a día sin esperar a que la estadística le sea favorable o el resto
del universo se lo pida por Favor.
El meollo de la responsabilidad, por si te interesa saberlo, no consiste
simplemente en tener la gallardía o la honradez de asumir las propias meteduras de
pata sin buscar excusas a derecha e izquierda. El tipo responsable es consciente de
lo real de su libertad. Y empleo «real» en el doble sentido de «auténtico» o
«verdadero» pero también de «propio de un rey»: el que toma decisiones sin que
nadie por encima suyo le dé órdenes. Responsabilidad es saber que cada uno de mis
actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando. Al elegir lo que
quiero hacer voy transformándome poco a poco. Todas mis decisiones dejan huella
en mí mismo antes de dejarla en el mundo que me rodea. Y claro, una vez empleada mi
libertad en irme haciendo un rostro ya no puedo quejarme o asustarme de lo que veo
en el espejo cuando me miro... Si obro bien cada vez me será más difícil obrar mal (y
al revés, por desgracia): por eso lo ideal es ir cogiendo el vicio... de vivir bien. Cuando
al protagonista de la película del oeste le dan la oportunidad de que dispare al villano
por la espalda y él dice: «Yo no puedo hacer eso», todos entendemos lo que quiere
decir. Disparar, lo que se dice disparar sí que podría, pero no tiene semejante
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