Cenicienta
Había una vez en un lejano país, un hombre viudo que
tenía una hermosa casa y una
hermosa hija. Él le daba
todo lo que podía pero pensaba que la niña
necesitaba una madre. Entonces el hombre se casó
con una viuda que tenía dos hijas. Esperaba que con
una madrastra y dos hermanas, su hija lo tendría todo
para ser feliz. Pero, por desgracia, este hombre murió
poco después. Y todo cambio para Cenicienta porque
su madrastra le mandaban hacer los trabajos más duros de la casa, en efecto no la quería y sus dos hijas
(Anastasia y Javotte) eran egoístas, feas y desagradables.
Un día, el Rey del reino de al lado anunció que iba a dar una gran fiesta a la que invitaba a todas
las jóvenes casaderas del reino. La madrastra dijo a Cenicienta que no iría y se quedaría limpiando la
casa y el suelo y también preparando la cena para cuando volvieran. El día del baile había llegado.
Cenicienta vio partir a sus hermanastras al Palacio Real. Se sentía muy triste y sola. Fue al patio y
empezó a llorar. De repente Cenicienta oyó una voz. Era su hada madrina que dijo: “Seca tus lágrimas
tú también podrás ir al baile pero con una condición, que cuando el reloj del Palacio dé las doce
campanadas, tendrás que regresar sin falta. La madrina tocándola con su varita mágica y la transformó
en una maravillosa joven.
Hermosa y feliz, Cenicienta llegó al Palacio y cuando entró en el salón de baile, todos se pararon
para mirarla. El príncipe se quedó enamorado de su belleza y bailó con ella toda la noche. Sus
hermanastras no la reconocieron y se preguntaban quién sería aquella joven. El reloj del Palacio
empezó a sonar y Cenicienta corrió y bajó la escalinata perdiendo en su huída un zapato de cristal que
el príncipe recogió sin entender nada.
Para encontrar a la bella joven, el Rey ideó un plan. Se casaría con aquella que pudiera calzar el
zapatito. Al día siguiente, el príncipe ordenó a los guardias que encontraran a la bella señorita que
podría calzar el zapato. Los guardias recorrieron todo el reino. Todas las doncellas se probaron el
zapato pero no había una persona a quien el zapato cabía. Por fin llegaron a la casa de Cenicienta y
cuando está se lo puso, todos vieron que le quedaba perfecto.
El Príncipe se casó con la joven y fueron felices y comieron
perdices y a mí no me dieron porque no quisieron.
Moraleja: “No hay que desanimarse, porque un día vendrá
nuestra hora de gloria.
”
Laurie S.