ESPACIOS
Durante más de una década persiguieron esa idea, y no fue fácil. Perdieron terrenos, reinventaron conceptos y hasta abandonaron su primer diseño, los Capullos Humanos. Pero de ese tropiezo nació algo más poderoso: el símbolo de una flor abierta. Ya no se trataba de recogerse para transformar, sino de abrirse para renacer.
Junto con los arquitectos Fernando Artigas y Jorge Brea, el Trillium tomó forma como una flor que se integra con el entorno, no lo invade. Cada espacio fluye, cada volumen respira. La arquitectura no impone, acom- paña.
Pero llevar esa visión a la realidad no fue sencillo. Rechazaron materiales como acero y concreto, porque no hablaban el mismo idioma que la selva. Fue entonces cuando apareció Felipe Alejandro de la Cruz, el arquitecto que dio forma al sueño con una estructura de bambú trabajada a mano. Y también fue Martín, día y noche, quien orquestó todo: desde las instalaciones solares y el tratamiento de agua, hasta el diseño de albercas y los sistemas ecológicos que hacen habitable este refugio autosuficiente.
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