El Uru Revista nº 41 para mail | Page 28

UN RELATO CAMPERO PASO DEL LOBIZON Pocos datos se tienen de cierta picada; el paisanaje le escapa a la conversación, prefieren no hablar, ni nombrarla. El único hombre que se animó a contar una historia que allí le sucedió fue el finado Jacinto, antiguo lancero que se batió en las patriadas con divisa y coraje. Se dice que una ocasión, en una estancia y en rueda de fogón se encontraba el viejito con varios peones y otros tantos cuando al dirigirse al más joven le dijo: ”Mocito, alcánceme el tomero * mientras cambéo la cebadura”. Después de quemarse la mano y rezongar le pegó una pitada larga al tabaco negro, cerró los ojos y permaneció un instante como metido para adentro de su vieja, larga y gastada memoria. Se cruzaron las miradas y el silencio se hizo unánime; todos intuyeron que iban a escuchar un relato asombroso. Uno se animó a preguntarle:” ¿Nos va a contar algo viejo?”. Tras una segunda humada el anciano miró al cielo que ya se oscurecía; justo allí detrás de los ombúes estaba naciendo una machaza luna llena. Algo así como un lejano aullido creyeron haber escuchado; atropellaron los perros sin rumbo. Ante esto se estremeció el proseador y arrancó de pronto como pensando y dudando. “Recuerdo que había entregado una tr opa ese día para el lado de Tres Bocas, volvía bastante tarde y cansado. Me dije, voy a cruzar por la picada más próxima para acortar leguas. La noche estaba clarita, venía al tranco despacio dentrando en Pag 28 el monte, de repente el caballo se me espantó y pegó una sentada. No sé bien de donde ni cómo salió lo que allí se me cuadró: cristiano no, animal tampoco. Parecía tener patas de perro o de tigre; la boca y los dientes no eran de bicho conocido. Lo demás parecía una mancha: tanto parda en un momento, como blanca en otro. Yo traía el “Mauser” en el recado por el lado del lazo y por suerte el facón en la cintura. Apenitas tuve tiempo de echar pie a tierra; no llegué a desatarme las espuelas porque aquello se me vino al fierro: ¡Mismito era un lobizón! Le rebolié el poncho por el hocico y ahí no más le dentré de punta. ¡No he visto cosa más fiera!. -¿Le pegó alguna, Don Jacinto? – preguntó un oyente. -Ni una mi amigo, era como tirarle a una sombra. En una de esas, como cosa de mandinga, lo perdí de vista. Ya estaba con el pie en el estribo pa montar y no va a creer, apareció otra vez como de la nada, me cargó fiero y nos volvimos a topar. En una de tantas cuerpiadas noté que la luna se escondía por atrás del pajonal y que empezaba a clarear. Miré a mi alrededor y me di cuenta que allí no había nadie con quien pelear. Me fui al tranco sin mirar pa atrás. Cuando llegué a las casas, confundido y medio boliado, me noté amolado porque maliciaba que algo me faltaba: no supe qué. Hace un tiempito yendo yo pal local de remates, iba galopiando delante mío el gurí chico de los Roldán; le volaba el poncho con el viento. ¡Era el mío! Con las iniciales que me bordó una mulata vieja en Tacuarembó, después de Masoller. Les voy a decir, si no saben, que ese mozo es el séptimo hijo varón del finado Celestino que lo perdimos en Tupambaé. Paulino Pereira *el tomero: Costumbre caprichosa de un gaucho viejo que pasaba el agua caliente de la caldera a un tarrito al que llamaba el tomero. Lo mantenía cerca del fuego y cebaba el mate. Ilustración de Ruben Galusso Pag 29