UN RELATO CAMPERO
PASO DEL LOBIZON
Pocos datos se tienen de cierta picada;
el paisanaje le escapa a la conversación,
prefieren no hablar, ni nombrarla.
El único hombre que se animó a contar una
historia que allí le sucedió fue el finado
Jacinto, antiguo lancero que se batió en
las patriadas con divisa y coraje.
Se dice que una ocasión, en una estancia
y en rueda de fogón se encontraba el
viejito con varios peones y otros tantos
cuando al dirigirse al más joven le dijo:
”Mocito, alcánceme el tomero * mientras
cambéo la cebadura”.
Después de quemarse la mano y rezongar
le pegó una pitada larga al tabaco negro,
cerró los ojos y permaneció un instante
como metido para adentro de su vieja,
larga y gastada memoria.
Se cruzaron las miradas y el silencio se
hizo unánime; todos intuyeron que iban
a escuchar un relato asombroso. Uno se
animó a preguntarle:” ¿Nos va a contar
algo viejo?”. Tras una segunda humada el
anciano miró al cielo que ya se oscurecía;
justo allí detrás de los ombúes estaba
naciendo una machaza luna llena. Algo así
como un lejano aullido creyeron haber
escuchado; atropellaron los perros
sin rumbo. Ante esto se estremeció el
proseador y arrancó de pronto como
pensando y dudando.
“Recuerdo que había entregado una tr opa
ese día para el lado de Tres Bocas, volvía
bastante tarde y cansado. Me dije, voy
a cruzar por la picada más próxima para
acortar leguas. La noche estaba clarita,
venía al tranco despacio dentrando en
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el monte, de repente el caballo se me
espantó y pegó una sentada. No sé bien
de donde ni cómo salió lo que allí se me
cuadró: cristiano no, animal tampoco.
Parecía tener patas de perro o de tigre;
la boca y los dientes no eran de bicho
conocido. Lo demás parecía una mancha:
tanto parda en un momento, como blanca
en otro.
Yo traía el “Mauser” en el recado por el
lado del lazo y por suerte el facón en la
cintura. Apenitas tuve tiempo de echar
pie a tierra; no llegué a desatarme las
espuelas porque aquello se me vino al
fierro: ¡Mismito era un lobizón! Le rebolié
el poncho por el hocico y ahí no más le
dentré de punta. ¡No he visto cosa más
fiera!.
-¿Le pegó alguna, Don Jacinto? –
preguntó un oyente.
-Ni una mi amigo, era como tirarle a una
sombra. En una de esas, como cosa de
mandinga, lo perdí de vista. Ya estaba con
el pie en el estribo pa montar y no va a
creer, apareció otra vez como de la nada,
me cargó fiero y nos volvimos a topar. En
una de tantas cuerpiadas noté que la luna
se escondía por atrás del pajonal y que
empezaba a clarear. Miré a mi alrededor
y me di cuenta que allí no había nadie
con quien pelear. Me fui al tranco sin
mirar pa atrás. Cuando llegué a las casas,
confundido y medio boliado, me noté
amolado porque maliciaba que algo me
faltaba: no supe qué.
Hace un tiempito yendo yo pal local de
remates, iba galopiando delante mío el
gurí chico de los Roldán; le volaba el
poncho con el viento. ¡Era el mío! Con las
iniciales que me bordó una mulata vieja en
Tacuarembó, después de Masoller.
Les voy a decir, si no saben, que ese
mozo es el séptimo hijo varón del finado
Celestino que lo perdimos en Tupambaé.
Paulino Pereira
*el tomero: Costumbre caprichosa de un
gaucho viejo que pasaba el agua caliente
de la caldera a un tarrito al que llamaba
el tomero. Lo mantenía cerca del fuego y
cebaba el mate.
Ilustración de Ruben Galusso
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