Tenerife. Será por eso que los malones
no asolaron las chacras de los canarios en
tiempos del Prócer.
Para entender la situación de los cana-
rios y lo que hicieron por ejemplo en me-
dio de la batalla de las Piedras, cuando sus
descendientes se pasaron en masa al ejér-
cito revolucionario, hay que saber que las
Islas Canarias también fueron colonizadas
por los españoles algunos siglos antes de
la colonización de América. Ellos tenían un
sentimiento nacionalista. Ya vimos cómo
eran tratados por los españoles cuando los
enviaban a América, “como una mercancía
más”.
LA
EMIGRACION
CANARIA
AL
URUGUAY DURANTE EL 1800 Y
COMIENZOS DEL 1900
Dos de los factores que más pesan en el
desarrollo de la migración son la tradición
y las posibilidades de ayuda mutua entre
los inmigrantes. A igualdad de acceso y
expectativas, la población se dirige a aque-
llos territorios donde exista más afinidad
de parentesco y de identificación étnica.
Por ello la inmigración canaria si bien se
detuvo por la voluntad real a poco de la
fundación de Montevideo, reprenderá con
fuerza más adelante. Se sabe que Uruguay
era una República escasamente poblada y,
por tanto, mostraba gran interés en el fo-
mento de la inmigración. Cuando se conju-
gan estas necesidades con una crisis en las
Islas Canarias, se produjo una gran oleada
inmigratoria que partió fundamentalmente
de Lanzarote y Fuerteventura, (dos de las
principales islas del oriente de Canarias)
entre 1835 y 1850 (alrededor de 8.000
personas) que contribuyeron a “caranizar”
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aún más el país. el departamento de Canelones.
Fue una inmigración que transformó in-
tensamente el interior del país, con un
destino preferentemente agrícola. Si bien
con el estallido de la Guerra Grande en
Uruguay, la situación de los canarios se
agravó ya que fueron incluidos en la leva,
la mayor parte de los emigrantes perma-
neció en el país. Y de Lanzarote también era Jacinto
Vera y Durán, que nació en 1813 en el bar-
co que transportaba a sus padres (natura-
les de Tinajo) a Uruguay. Una vez allí, Vera
y Durán se convirtió en el primer obispo
católico de Montevideo.
Entre 1877 y 1900 la emigración ha-
cia el Uruguay continuó, pero no tuvo ya
el relieve de la etapa anterior. Por otro
lado, entre las nuevas arribadas destaca
el año crítico de 1878 en el que llegaron
2.951. Los saldos fueron negativos a partir
de ese año con la crisis que afectó al Río
de la Plata y la quiebra de la Banca Baring
Brothers con fuertes inversiones en la re-
gión.
Los canarios contribuyeron al desarro-
llo agrario del país entre 1830 y 1880.
Se dedicaron al cultivo de la tierra en los
departamentos de Montevideo, San José,
Maldonado, Rocha y Colonia. Pese a ello
se ocuparon también en empleos urbanos,
como el comercio o la artesanía, aunque el
campo fue su actividad fundamental. En un
país en el que la fiebre ganadera lo ocupa-
ba todo, los isleños expandieron la agri-
cultura.
Los cereales fueron su cultivo mayorita-
rio, actividad en la que estaban adiestra-
dos los lanzaroteños y majoreros por ser
su actividad esencial. Tal especialización
convirtió en voz común la expresión de
que los uruguayos no sabían plantar sino
comer carne y fueron los isleños los que
les arrendaron las tierras y comenzaron
a cultivar trigo y maíz. Al realizarse la
trilla mediante el trabajo colectivo entre
los vecinos, nació la solidaridad colectiva
entre los paisanos. Esa endogamia de gru-
po no sólo jugó un papel importante en la
producción, sino en los casamientos. Las
relaciones de convivencia y parentesco en-
tre los canarios permiten su supervivencia
como tales, manteniendo vivos los lazos
culturales y familiares a través del tiempo
en las zonas rurales del país.
GRANDES PERSONAJES DE NUESTRA
HISTORIA TIENEN ASCENDIENTE
CANARIO
Estos canarios dieron al país grandes
personajes. Por ejemplo, Alfonso Espínola
Vega, natural de Teguise, que fue un famo-
so médico y filósofo. Amigo y discípulo del
famoso químico francés Louis Pasteur, Es-
pínola recibió condecoraciones en Francia,
Italia y Uruguay por la labor desempeñada
durante una epidemia de viruela en 1881 y
1882.
Francisco Hernández también nombra
a Ildefonso de León, natural de El Mojón
(Teguise), que fundó la ciudad de Tala, en
Francisco Antonio Maciel (1757-1807).
Llamado «El Padre de los Pobres», natural
de Montevideo, hijo de Bárbara Camejo,
natural de La Laguna (Tenerife). Hombre
progresista y de trabajo. Considerado
uno de los ciudadanos más eminentes que
ha tenido el país. A él se debe el primer
alumbrado público que tuvo Montevideo, la
construcción del primer molino de viento
y la primera fábrica de vasijas de barro.
Fue también el primero que explotó la in-
dustria saladeril. Cuando los ingleses inva-
dieron Montevideo, dio su vida luchando
por su patria, sin estar obligado a prestar
servicios militares. Su amor a la humani-
dad lo llevó a destinar una habitación en
su propia casa, en la que colocó doce ca-
mas, para atender a los enfermos pobres,
que más tarde, con la ayuda del Cabildo,
se convirtió en el Hospital Maciel, que aún
hoy existe.
Juan Manuel Pérez Castellano (1743-
1815). Natural de Montevideo, hijo de Bar-
tolomé Pérez de Sosa, natural de El Sauzal
(Tenerife). Doctor en Teología, hombre
de ciencia, comisario de la Santa Cruzada,
miembro de la Junta de Temporalidades
y consultor del Cabildo. Tuvo actuación
histórica destacada durante las invasio-
nes inglesas y en los inicios de la indepen-
dencia. Cultivó durante cuarenta años su
chacra del Miguelete. Dejó varias obras y
legó por testamento su casa y libros para
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