El Uru Revista Nº 37 | Page 26

que nuestro paraíso estaba justo en la desembocadura del río Santa Lucía con el río de la Plata. El rumor a veces era suave y agradable, y en otros momentos sonaba enfurecido y siniestro, como si estuviera enojado. Al llegar la noche el silencio era sepulcral, impresionante, la noche era renegrida y las estrellas iluminaban el firmamento y cuando había luna llena, la dicha era total. Si había llovido, se formaban lagunas por todos lados y nos íbamos a dormir con la música de las ranas, que croaban hasta altas horas de la madrugada. Al amanecer nos despertaban los cantos de las cotorras, los benteveos, los gorriones y otros habitantes del monte que desconocíamos, y que alegremente saludaban el nuevo día. Esto hacía que, tranquilamente, pudiéramos considerar esta playa como el paraíso terrenal, eso si medio perdido. Las tormentas aunque a veces eran furiosas, también tenían su encanto, recuerdo una, especialmente, cuando yo era muy chico, tendría unos diez u once años. Nos encerramos en el rancho con mis hermanas y nuestros padres y lo único que podíamos hacer era espiar por la ventana y rogar que terminara pronto pues realmente daba miedo. El agua caía a baldes, el viento enfurecido y arremolinado zumbaba violentamente, los árboles se doblaban y con sus copas nos rascaban el techo, que como era de chapas de zinc, producía mucho estruendo en contacto con la lluvia. Al principio tuvimos mucho miedo, entre el agua, el viento y el rugido del mar, el ruido era infernal. Después de un rato, cuando mas o menos nos acostumbramos, fuimos encontrándole cierto encanto a este temporal, pero a medida que pasaban las horas y no cesaba, llegó el tedio y el aburrimiento y nos sentimos aliviados cuando empezó amainar. Aquí teníamos que madrugar, para aprovechar lo mas posible la luz del día, e ir a dormir temprano para ahorrar el combustible del fa- Pag 26 rol. Nos repartíamos las tareas ya que el trabajo era mucho. Las compras en el almacén nos complicaba bastante, pues “La Querencia”, que así se llamaba el almacén de “ramos generales”, nos quedaba a un kilómetro y medio, sobre la vieja ruta uno y había que ir caminando. Era fundamental hacer la lista minuciosamente, para no olvidarnos de nada y no tener que volver. Muchas veces nos pasaba que al encender el farol se nos rompía la mantilla o camisa como le dicen acá, en Buenos Aires, y si no tenías una de repuesto, había que salir corriendo, por otra. Pese a los muchos inconvenientes, la tozudez de mi viejo hizo que siguiéramos viniendo casi todas las semanas, en verano, y también algunas veces en invierno. El balneario fue progresando, aunque muy lentamente y pasaron muchos años para verse medianamente poblado, aunque todavía se usaba como lugar de veraneo, lo que hacía que en invierno estuviera muy despoblado, cosa que fomentaba las discusiones con mi viejo entre “paraíso perdido” o “culo del mundo”. Cuando llegó la luz, fue todo un acontecimiento, aunque al principio funcionó muy precariamente. Al menor viento o lluvia, se cortaba el servicio y volvíamos a las penurias. Por fin después de muchos años la Cita se convenció que debía poner un servicio que entrara a la Playa, claro en principio, sólo los fines de semana y más adelante sería permanente. Con la llegada del transporte, se instalaron algunos paradores y otros negocios. Para atraer clientes los paradores ofrecían algunos entretenimientos como cine, algún baile, o cantores que en verano animaban las noches de sábados y domingos. Los servicios de pan, leche, carnes, verduras, bebidas etc. eran ofrecidas por comerciantes de localidades vecinas que hacían las ventas con algún vehículo que recorrían las calles del balneario. El progreso iba llegando muy lentamente, era muy difícil que se instalaran negocios, ya que sólo funcionaban en verano y fundamentalmente, sábados y domingos. En invierno mi madre y hermanas se negaban a venir, pero mi viejo era muy fanático y a mi me tocaba acompañarlo. El aburrimiento que pase tantas tardes de domingo, mientras mi padre truqueaba, en el parador, con dos o tres parroquianos, hizo tanta mella en mi, que nunca quise aprender a jugar al truco y hasta el día de hoy no lo sé jugar. Paradójicamente la Playa creció cuando la crisis económica se fue acentuando en el país. Muchos de las casas de veraneo se fueron alquilando para vivienda permanente o algunos propietarios dejaron de morar en Montevideo para instalarse en la Playa, Además la CUTCSA previó el negocio y puso un servicio desde Montevideo para competir con la CITA. Al contar con más transporte, más gente se decidió a radicarse y se formó un círculo virtuoso, que hizo también que muchos comerciantes insta laran sus negocios y así fue como la Playa Pascual se convirtió en una ciudad “dormitorio”. Pese a los cambios y los progresos, seguía siendo difícil la vida en la playa pues los servicios fundamentales aún no se habían instalado, no había clínicas, médicos farmacias, cosas que llegaron mucho más tarde. El servicio de transporte era bastante malo y el viaje hacia o desde Montevideo era muy incómodo, no sólo por la cantidad de gente que viajaba sino, también, por la tardanza del mismo, por momentos los ómnibus iban a paso de hombre. Después vinieron los años duros en el paisito, yo me vine a Buenos Aires y cada vez mis visitas se hicieron más espaciadas. Mis viejos emprendieron la “retirada” y hoy es mi hermana, con su familia la que mantiene la tradición y sigue morando en la playa. Y ahora, mientras me regocijo, pensando en el abrazo que me daré con mi hermana y viendo todos los progresos que se produjeron en Playa Pascual, que ahora llaman Ciudad del Plata, se me agolparon todos estos recuerdos y al ver tantos cambios, pienso que lindo sería volver a caminar descalzo por la playa, recorrer el viejo monte, que ya casi no existe, volver a cosechar hongos, que tan bien preparaba mi padre, volver a pescar por las noches a la encandilada, encender el farol, volver a la Querencia a comprar mantillas, dormirme con el canto de las ranas y despertar con los gritos de las cotorras, volver a aquellos tiempos que la pasábamos tan “mal” y éramos tan felices. Estoy llegando a la casa de mi hermana y pienso, a esta zona antes la llamaban Rincón de la Bolsa, ahora le dicen Ciudad del Plata, me pregunto una vez más, ¿estoy en el culo del mundo o en el paraíso perdido? Creo que tal vez pueda ser un paraíso para muchos, lo que si no puede ser más es perdido, ya que hoy por hoy es mucha la gente que lo ha encontrado, y también ha progresado tanto que difícilmente pueda ser considerado el culo del mundo, entonces, si mi padre viviera, de ¿que discutiríamos acerca de esta querida Playa Pascual? Aníbal Benítez Agosto 2016 Pag 27