que nuestro paraíso estaba justo en la desembocadura del río Santa Lucía con el río de la
Plata. El rumor a veces era suave y agradable,
y en otros momentos sonaba enfurecido y siniestro, como si estuviera enojado. Al llegar la
noche el silencio era sepulcral, impresionante,
la noche era renegrida y las estrellas iluminaban el firmamento y cuando había luna llena, la
dicha era total. Si había llovido, se formaban
lagunas por todos lados y nos íbamos a dormir
con la música de las ranas, que croaban hasta altas horas de la madrugada. Al amanecer
nos despertaban los cantos de las cotorras, los
benteveos, los gorriones y otros habitantes del
monte que desconocíamos, y que alegremente
saludaban el nuevo día. Esto hacía que, tranquilamente, pudiéramos considerar esta playa
como el paraíso terrenal, eso si medio perdido.
Las tormentas aunque a veces eran furiosas, también tenían su encanto, recuerdo una,
especialmente, cuando yo era muy chico, tendría unos diez u once años. Nos encerramos en
el rancho con mis hermanas y nuestros padres
y lo único que podíamos hacer era espiar por
la ventana y rogar que terminara pronto pues
realmente daba miedo. El agua caía a baldes, el
viento enfurecido y arremolinado zumbaba violentamente, los árboles se doblaban y con sus
copas nos rascaban el techo, que como era de
chapas de zinc, producía mucho estruendo en
contacto con la lluvia. Al principio tuvimos mucho miedo, entre el agua, el viento y el rugido
del mar, el ruido era infernal. Después de un
rato, cuando mas o menos nos acostumbramos,
fuimos encontrándole cierto encanto a este
temporal, pero a medida que pasaban las horas
y no cesaba, llegó el tedio y el aburrimiento y
nos sentimos aliviados cuando empezó amainar.
Aquí teníamos que madrugar, para aprovechar lo mas posible la luz del día, e ir a dormir
temprano para ahorrar el combustible del fa-
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rol. Nos repartíamos las tareas ya que el trabajo era mucho. Las compras en el almacén nos
complicaba bastante, pues “La Querencia”, que
así se llamaba el almacén de “ramos generales”,
nos quedaba a un kilómetro y medio, sobre la
vieja ruta uno y había que ir caminando. Era
fundamental hacer la lista minuciosamente,
para no olvidarnos de nada y no tener que volver. Muchas veces nos pasaba que al encender
el farol se nos rompía la mantilla o camisa como
le dicen acá, en Buenos Aires, y si no tenías
una de repuesto, había que salir corriendo, por
otra.
Pese a los muchos inconvenientes, la tozudez
de mi viejo hizo que siguiéramos viniendo casi
todas las semanas, en verano, y también algunas
veces en invierno. El balneario fue progresando, aunque muy lentamente y pasaron muchos
años para verse medianamente poblado, aunque
todavía se usaba como lugar de veraneo, lo que
hacía que en invierno estuviera muy despoblado, cosa que fomentaba las discusiones con mi
viejo entre “paraíso perdido” o “culo del mundo”.
Cuando llegó la luz, fue todo un acontecimiento, aunque al principio funcionó muy precariamente. Al menor viento o lluvia, se cortaba el
servicio y volvíamos a las penurias.
Por fin después de muchos años la Cita se
convenció que debía poner un servicio que entrara a la Playa, claro en principio, sólo los fines
de semana y más adelante sería permanente.
Con la llegada del transporte, se instalaron algunos paradores y otros negocios. Para atraer
clientes los paradores ofrecían algunos entretenimientos como cine, algún baile, o cantores
que en verano animaban las noches de sábados
y domingos. Los servicios de pan, leche, carnes,
verduras, bebidas etc. eran ofrecidas por comerciantes de localidades vecinas que hacían
las ventas con algún vehículo que recorrían las
calles del balneario. El progreso iba llegando
muy lentamente, era muy difícil que se instalaran negocios, ya que sólo funcionaban en verano
y fundamentalmente, sábados y domingos.
En invierno mi madre y hermanas se negaban
a venir, pero mi viejo era muy fanático y a mi
me tocaba acompañarlo. El aburrimiento que
pase tantas tardes de domingo, mientras mi
padre truqueaba, en el parador, con dos o tres
parroquianos, hizo tanta mella en mi, que nunca
quise aprender a jugar al truco y hasta el día
de hoy no lo sé jugar.
Paradójicamente la Playa creció cuando la
crisis económica se fue acentuando en el país.
Muchos de las casas de veraneo se fueron alquilando para vivienda permanente o algunos
propietarios dejaron de morar en Montevideo
para instalarse en la Playa, Además la CUTCSA
previó el negocio y puso un servicio desde Montevideo para competir con la CITA. Al contar
con más transporte, más gente se decidió a radicarse y se formó un círculo virtuoso, que hizo
también que muchos comerciantes insta laran
sus negocios y así fue como la Playa Pascual se
convirtió en una ciudad “dormitorio”.
Pese a los cambios y los progresos, seguía
siendo difícil la vida en la playa pues los servicios fundamentales aún no se habían instalado,
no había clínicas, médicos farmacias, cosas que
llegaron mucho más tarde. El servicio de transporte era bastante malo y el viaje hacia o desde Montevideo era muy incómodo, no sólo por
la cantidad de gente que viajaba sino, también,
por la tardanza del mismo, por momentos los
ómnibus iban a paso de hombre.
Después vinieron los años duros en el paisito, yo me vine a Buenos Aires y cada vez mis
visitas se hicieron más espaciadas. Mis viejos
emprendieron la “retirada” y hoy es mi hermana, con su familia la que mantiene la tradición y
sigue morando en la playa.
Y ahora, mientras me regocijo, pensando en
el abrazo que me daré con mi hermana y viendo
todos los progresos que se produjeron en Playa
Pascual, que ahora llaman Ciudad del Plata, se
me agolparon todos estos recuerdos y al ver
tantos cambios, pienso que lindo sería volver a
caminar descalzo por la playa, recorrer el viejo
monte, que ya casi no existe, volver a cosechar
hongos, que tan bien preparaba mi padre, volver a pescar por las noches a la encandilada,
encender el farol, volver a la Querencia a comprar mantillas, dormirme con el canto de las ranas y despertar con los gritos de las cotorras,
volver a aquellos tiempos que la pasábamos tan
“mal” y éramos tan felices.
Estoy llegando a la casa de mi hermana y
pienso, a esta zona antes la llamaban Rincón de
la Bolsa, ahora le dicen Ciudad del Plata, me
pregunto una vez más, ¿estoy en el culo del
mundo o en el paraíso perdido? Creo que tal
vez pueda ser un paraíso para muchos, lo que
si no puede ser más es perdido, ya que hoy por
hoy es mucha la gente que lo ha encontrado, y
también ha progresado tanto que difícilmente
pueda ser considerado el culo del mundo, entonces, si mi padre viviera, de ¿que discutiríamos acerca de esta querida Playa Pascual?
Aníbal Benítez Agosto 2016
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